Revista Opinión

Prípiat y Detroit. Historia de dos ciudades

Publicado el 02 febrero 2014 por Miguel García Vega @in_albis68

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Se que hay muchas diferencias, tal vez más que semejanzas. Una muere lentamente ante nuestros ojos por abandono, la otra lo hizo súbitamente en 1986 a causa de un accidente nuclear. No es lo mismo, no se trata de ninguna competición, pero hace unos días volvió del pasado el nombre de Prípiat (que había olvidado) y no pude evitar que en mi mente se mezclaran imágenes de otra ciudad que en los últimos meses ha sido noticia por su lento y triste ocaso, Detroit.

Dos circunstancias muy distintas pero que nos dan un mensaje similar: construimos ciudades eternas para intentar olvidar que estamos de paso, que no somos más que un accidente y que nuestro momento en la historia se perderá como lágrimas en la lluvia, que diría aquel replicante poeta. La verdad es que mirando las fotos apenas se distingue la una de la otra, al final el resultado las hermana de alguna manera.

Prípiat y Detroit, URSS y Estados Unidos, el triunfo del capitalismo y el paraíso socialista. Aunque diferentes, creo que ambas representan muy bien la esencia de los dos mundos. Una colapsó de golpe, la otra agoniza lentamente en la bancarrota, cada una atacada por sus propios demonios.

La ciudad del futuro

Prípiat es una ciudad fantasma de un país desaparecido que perdió la Guerra Fría y que nos es muy muy lejano. Casi un sueño, o pesadilla, de la historia. En aras de aumentar el poderío del Ejército Rojo, en una escalada armamentística que, entre otras cosas, llevó al derrumbe del sistema, se construyó la central nuclear de Chernóbil, que no necesita presentación.

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Y para alojar a los trabajadores se construyó Prípiat, presentado por la propaganda del régimen como ‘la ciudad del futuro’. Sarcasmo involuntario. Se fundó en 1970, nacida de la nada. Un ejercicio de planificación soviética, un modelo del paraíso socialista explotado por la propaganda del régimen. No se escatimó en que fuera un lugar atractivo para vivir y se contrataron los mejores arquitectos que dejaron de lado el sombrío estilo característico y se dieron a la estética, aunque sin pasarse, claro.

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En 1986 la ciudad disponía de todo lo necesario para una vida placentera: centros culturales, instalaciones deportivas, biblioteca, escuela de arte, cine, hotel, sala de conciertos, tiendas, guarderías, zonas de picnic. Podías ir de una otra por la Avenida de los Entusiastas o quedar para comer en la calle de la Amistad de los Pueblos. Incluso se llegó a plantar un arbusto de rosas por habitante: en 1986 había unos 50.000 arbustos.

Chernóbil

Pero aquel jardín del edén no pudo tapar el olor de la vecina Chernóbil cuando el 26 de abril de 1986 ésta empezó a emitir 500 veces más radiación que la bomba de Hiroshima. Superados por las circunstancias, las autoridades no decidieron su evacuación hasta tres días después. Aunque cuando se pusieron… en solo 3 horas la ciudad estaba desierta. La gente salió, contra su voluntad, casi con lo puesto, ya que les dijeron que era una una medida de precaución y que en tres días podrían volver. Pero nunca pudieron, salvo algunos pocos casos, y la ciudad quedó suspendida en el tiempo como una moderna Pompeya. El acceso está muy restringido y en sus ruinas las fotos familiares, los juguetes, el moho, las malas hierbas, los techos derrumbados y las jaurías de lobos conviven con los símbolos comunistas.

Detroit en ruinas

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A diferencia de Prípiat, Detroit no está en un país lejano de un modelo social ya desaparecido. Detroit, ganó la Guerra Fría, su modelo es el nuestro y sigue en expansión triunfante. Y no es todavía una ciudad fantasma, aunque sí se podría decir que tiene un cáncer bastante avanzado. Porque lo cierto es que Detroit se muere. La que fuera una orgullosa ciudad industrial, capital del automóvil en un país en el que el coche es mucho más que una herramienta, ha visto perder un 65% de su población durante las últimas décadas. Hoy día  hay 800.000 estructuras (viviendas, escuelas, teatros, etc.) vacías, la mayoría en ruinas. Existen manzanas enteras convertidas en descampados, en las que la naturaleza va ganando terreno, como si siguiera las huellas de la antiguas ciudades mayas.

La ciudad está en bancarrota y para la gente no hay más plan que salir de allí por piernas, los que pueden. En realidad sí que hay iniciativas para recuperar algunas zonas para la vida: granjas, barrios de artistas, agricultura urbana. Pero son solo parches de incierto resultado.

Auge y caída de Motown

En 1903 Henry Ford funda en Detroit su empresa de automóviles. La fabricación en cadena constituye todo un hallazgo, la industria del automóvil (se unen otras empresas como Dodge, Packard, Chrysler o General Motors) florece y convierte a la llamada Motown en el símbolo del esplendor capitalista. En los años 50 es la capital mundial del automóvil y eso atrae a miles de inmigrantes, se convierte en la cuarta dudad más grande de los Estados Unidos. Pero vive de una única industria y eso puede ser peligroso.

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El crecimiento infinito, ese imposible en el que creen algunos economistas, empieza a flojear. A finales de los 60 empiezan los primeros disturbios raciales. La población blanca acomodada comienza a huir hacia los barrios periféricos, quedando el centro para la negra, entre la que empieza a incrementarse el paro y la precariedad. En Detroit se hacen automóviles al gusto estadounidense: coches grandes que consumen mucho. Pero en los 70 la crisis del petróleo golpea a la industria, que no tiene plan B. El coche grande ya no es una prioridad y los automóviles europeos y asiáticos, más pequeños y eficientes, le comen el mercado.

El resto es el 2+2 del capitalismo: una población abandonada en una ciudad abandonada. Un 50% de paro, un 36% de población por debajo del umbral de la pobreza, un 47% de población analfabeta. El resultado: Detroit es la segunda ciudad más violenta de los Estados Unidos. La primera, Flint, también está en Michigan, con problemas parecidos.

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Es el círculo virtuoso en el que viven los arrabales de los mercados. No hay nada, salvo casas vacías. Conforme el resto de la calle se va vaciando tu casa pierde valor y quedas atrapado, ya no puedes ni venderla. No hay trabajo, así que se trapichea con lo que hay: cobre, peleas de perros, drogas. No hay futuro, solo urgencia por sobrevivir al presente, con lo que la escuela se convierte en algo prescindible. Se vacían las aulas, así que los niños vagan aburridos y juegan a quemar casas vacías. La media de incendios actual es de unos 30 al día. La cosa ha mejorado mucho o es que ya no queda mucho que quemar: en los años 80 hubo días con más de 800 incendios. En la cima de la pirámide las cosas no son muy diferentes: su ex-alcalde, Kwame Kilpatrick (2002-2008) ha sido condenado por soborno, fraude y extorsión, por ejemplo. Como decía alguien en un reportaje, en un ambiente anómalo un comportamiento anómalo es lo normal.

El aspecto tétrico del abandono, del colapso de este rincón oscuro del capitalismo ha dado pie a cierto turismo morboso: magníficos edificios convertidos en fantasmas esqueléticos que sirven para ponernos en nuestro sitio.

Tal vez no sea más que la ley de la historia, unas ciudades mueren y otras nacen, siempre ha sido así. Imperios que se imaginaron eternos –el fin de la historia, diría quien no sabe absolutamente nada de la historia– nos muestran sus cenizas. Esperemos que las ruinas de Detroit no nos estén mostrando otra premonitoria “ciudad del futuro”. O quizás tenga que ser así, no lo se.

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