Ni siquiera el prisionero de Zenda o el de la máscara de hierro lo tenían tan jodido como él.
Hoy lunes 17 de octubre hago veintidós años prisionero de mí mismo.
Y hablo de prisionero porque yo jamás pedí nacer.
En ningún momento nadie me preguntó qué opinaba yo de tal evento. Os ha pasado a todos me imagino.
Se estaba bien cuando se estaba prisionero en un útero, tranquilo; en tu salsa vaya.
Y luego… pues ya se sabe, llantos, primeras bocanadas de aire y un par de azotes en el culo para ir a dormir calientes. Ahí empecé a ser prisionero de mí mismo.
Los primeros años bien, supongo. Recuerdo pocas cosas.
Las cosas empezaron a torcerse al llegar a la ESO y lo único que me ayudaba a seguir hacias adelante era destrozarme el cuerpo haciendo Judo para que la mente no tuviera tiempo de pensar más que en el dolor corporal.
Tampoco es que recuerde muchas cosas porque me he esforzado por olvidar. Tan solo recuerdo con claridad las veces que me intenté quitar la vida. Y aún dudo de si fui lo suficientemente cobarde como para pensar en ello, lo suficientemente valiente como para no hacerlo, lo dolorosamente valiente como para pensar en hacerlo o lo agónicamente cobarde como para hacerlo. Es posible que cada una de las cuatro veces una de esas razones fuese la de verdad.
De todas maneras eso ya da igual, seguí prisionero de mí mismo. Empecé a escribir por aquel entonces y después de desahogarme quemaba a mi fiel trozo de papel intentando liberarme de mí mismo.
Llegó bachillerato y la cosa mejoró en cierta manera. Encontré a la mujer que más he querido nunca y la primera persona que me hizo feliz de verdad.
Y digo en cierta manera porque lo del Judo se jodió. La vida parecía obcecada con mantenerme prisionero en mi cabeza y, maldita sea la inexistente rueda del destino no escrito, el Judo terminó para mí. Condromalacia rotuliana grave, o en otras palabras:
-Te has quedado sin cartílago en las rodillas, chico. Si sigues haciendo Judo es posible que te quedes cojo de las dos piernas y que vivas con dolor toda la vida.
Pues sí, se terminó lo único en lo que he sido bueno en mi vida.
Joder, lo echo de menos. Pero bueno, ahora puedo predecir el tiempo gracias a las rodillas.
Lo de que se me salga el hombro todos los días es culpa del Judo también que me dejó para el arrastre, así es la vida.
Prisionero de mí mismo, un joven encerrado en el cuerpo de un viejo achacoso.
Empecé la universidad todo ufano por hacer la carrera de Física. Pues bueno, jodida y muchas idas de olla y aún sin haberla acabado.
Cuando estaba en tercero se acabó la relación con la que entonces era la mujer de mi vida, porque las cosas se acaban y parece que el amor también tiene fecha de caducidad. Desde entonces intenté que el amor que yo sentía muriera ahogado en litros y litros de whisky o se desangrara en ríos de tinta sobre folios en blanco y de esta guisa estuve un año y pico, borracho perdido; como el año, perdido también.
Pasaron mujeres, sin pena ni gloria (y otras con más pena que gloria), y ninguna fue lo suficiente. Hasta que me di cuenta de que tal vez no necesitaba suficiente sino distinto.
Y joder, sí que era distinta. Y estaba loca, loca de atar a las esquinas de mi cama.
Todo empezó así pero luego las cosas cambiaron y volví a sentir qué era eso de sonreír y ser felíz.
Sin embargo, hay ocasiones en las que parece que ese amor muerto y caduco, que en realidad no está muerto y todavía verdea, despierta; y a ella le despertó como una primavera en medio del otoño.
La cosa se acabó con un par de sonrisas y una cena que aún me debe, pero me he dado cuenta de que prefiero que sea felíz.
Pues sí, prisionero de mí mismo pero distinto.
Ahora sé que sigo prisionero en el mismo cuerpo roto, con la misma mente destrozada por los recuerdos y el desamor, pero con una diferencia sustancial en el asunto:
Ahora sé que la vida es maravillosa.
PD: sigo cojeando de vez en cuando y me duelen cada día de mi vida. Por lo menos siento algo.
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