Revista Filosofía

Privilegios de confinado

Por David Porcel
Si de algo puede servirnos el confinamiento es para pausar el velocímetro que llevamos incorporado. Y quizá alguno hasta se lo sacuda de en medio, como hace Forrest con sus ortopédicos. Bienaventurados los limpios de corazón que puedan vivir sin más exigencia que la que les imponga el cuerpo. Pero, siendo optimistas, en la sociedad hiperconsumada en la que vivimos, que fragmenta a los sobrantes para luego señalarlos, como a obesos, marginados, hiperactivos, depresivos, reaccionarios y revolucionarios, apenas echemos a andar los deseos nos serán de nuevo expropiados. Y cuando cojamos el autobús, vayamos a por el pan o paremos ante el semáforo porque está en rojo, ya no oiremos nuestros latidos. Otra vez el velocímetro se ha parado, hay que cambiar la pila o falla la conexión. ¿Por qué las vidas tuvieron que hacerse fallidas? ¿Desde cuándo nos dictaron tener que llegar a la meta? El confinamiento, de suyo, es como los cuartos oscuros, que nada cambian del exterior pero que, al apartarte de él, te dejan a solas con el interior. Y es ahí donde podemos trabajar. Privilegios de confinado.
Privilegios de confinado                                 Vapores
Mirar cara a cara a la catástrofe y enfrentarse al modo en que no puede verse envuelto en ella es algo útil en todo caso. Equivale a unas maniobras militares en el campo del espíritu, a unos ejercicios espirituales. El miedo disminuirá si abordamos este asunto como es debido; y eso representa ya un primer paso hacia la seguridad, un paso importante. Tiene no sólo efectos curativos, sino también efectos preventivos sobre la persona. Pues en la misma medida en que disminuye en las personas singulares el miedo, en esa misma medida decrece la probabilidad de la catástrofe. (Ernst Jünger, La emboscadura)

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