Social y políticamente sería una catástrofe la desaparición de un fuerte partido progresista, socialdemócrata o similar, porque hoy por hoy no se vislumbra una fuerza de similar potencia capaz de ganar unas elecciones que pudiera sustituir los gobiernos derechistas. Sin embargo tampoco se ven posibilidades de vencer a la derechona con el PSOE existente, quien podría estar inmerso en un cierto grado de descomposición. En los malos momentos, aparecen las desavenencias y las peleas soterradas durante mucho tiempo, agravado porque son muchos años de orillar debates que ahora estallan todos al tiempo y mezclados, la mejor forma para no encontrar salidas a ningún problema.
‘Podemos’, hace aflorar los nervios de la izquierda, IU, PSOE, y los grupos pequeños, hoy parece que su éxito es imparable; nadie tiene una bola de cristal, pero, lo que rápidamente surge también rápidamente podría desaparecer, -el exceso de sobre expectativas puede resultar indigesto- ya veremos cómo van adaptándose y resolviendo sus contradicciones cuando empiecen a elaborar y reiterar discursos, comiencen a organizarse, a discutir y preparar programas y alianzas para municipales y generales, etc. el caso es que hoy en todos los grupos políticos empiezan las carreras nerviosas para ver ¿quién está más allá? Todos quieren parte del pastel electoral que cede la socialdemocracia, -y quieren atraer a parte del electorado popular- pero de los 10 u 11 millones de votos socialistas de antaño, solo entre 1 o 2 millones son auto-titulados izquierdistas, en terminología demoscopia, el resto son de centro izquierda, sin olvidar que muchos votos al PSOE son de centro derecha.
Fuente:
Metroscopia. EL País. Febrero 2014.
Si
un partido quiere ganar el poder político tendrá que contar con gran parte de
los 21 millones de votos centristas –en terminología encuestas- y ello implica
relajar posiciones, discursos y programas. El poder político es útil para
transformar la vida de millones de personas, la paradoja en estas sociedades
democráticas, como la española, es que quien pretenda modificar e influir en la
vida de muchos millones de personas tendrán que abandonar extremos. Las luces
repentinas pueden cegarnos, pero en general, cuanto más extremistas sean los
proyectos a menos gente influirán, lo cual quiere decir que la mayor mejora de
condiciones de vida, en extensión y profundidad, para poderse producir,
requerirá ganar las elecciones y ello lleva aparejado menores extremismos en
discursos, programas y medidas.
Este es un viejo dilema en las sociedades democráticas, donde el voto condiciona conseguir poder político; en la Transición el PSOE de Felipe González logró resolverlo a su favor apostando por modernidad y progresismo, descargándose de marxismo, izquierdismo y republicanismo. En la sociedad actual el resultado del 99% que económicamente se puede contraponer al 1%, considerarlo de forma similar en el terreno político es una equivocación mayúscula, actuar en consecuencia con la consigna de todos somos iguales y podemos ir unidos es una tontería; no ocurre en parte alguna que una sociedad camine unida al 99% en torno a iguales criterios de construcción social. La existencia de partidos, o partes de la sociedad, es una de las muestras de la diversidad de intereses en torno a problemas comunes. Es más, en las sociedades modernas aumentan la complejidad y transversalidad de las opciones e intereses políticos, haciendo mentira que todos queramos las mismas cosas para resolver iguales cuestiones; y la tendencia a simplificar solo empeora las salidas a problemas concretos, que aquí pocos abordan apoyándose fundamentalmente sobre criterios racionalistas.
