Me siento ofendida. Vilipendiada. Humillada en mis convicciones más íntimas, con todo lo que es importante para mí pisoteado por seres sin ningún tipo de moral ni escrúpulos ni límites.
Y lo hacen porque me odian. Lo sé. Me aborrecen a mí, y a los que piensan como yo, y su único objetivo en la vida es desafiarme, desafiarnos, perseguirme, perseguirnos, hasta la extinción final.
Porque, a pesar de sus protestas, sus motivos no son reivindicar sus creencias. Es otra la razón de sus crueles exhibiciones: ni más ni menos, incitar a la violencia. Hacer apología del terrorismo. Agitar a las masas hasta el genocidio, pasar por la sangre y el fuego a los que opinan diferente de ellos.
Es Semana Santa, y se ha abierto la veda de ateos y agnósticos como yo, con la connivencia del laico Gobierno de nuestro no confesional país. Pero ¿verdad que os resultan absurdas las aseveraciones de los tres párrafos anteriores? Entonces, ¿por qué, por todos los santos mártires que cayeron luchando por la libertad y por la mejora de las condiciones de vida de sus conciudadan@s, se les dan crédito cuando las formulan personas de signo ideológico contrario?