Mientras transitamos – junto con el coachee - un proceso de coaching; aparece en forma tácita o explícita la “música” ensordecedora de la queja. La queja cierra mente y oídos condenando a un tiempo improductivo.
Su irrupción en el proceso va de la mano de ofrecer al otro y a sí mismo una teoría de lo que le sucede, acompañado del relato del malestar que lo ahoga y atribuyendo el origen de todo a “un agente absolutamente externo” pero sin poder (ni querer) verse como parte del problema
Esto aparece con más frecuencia en los coachees debutantes; aquellos que se van acercando por primera vez al coaching para experimentar “que les sucede en el proceso” trayendo a su vez (al igual que todos) un problema que les obstaculiza, les proporciona malestar y no están pudiendo resolver solos.
Ya en el proceso y ante la pregunta: – “¿Cómo piensas que contribuyes a la situación que estás relatando y tan mal te tiene?”; se hace un gran silencio y el ritmo de la conversación que se venía sosteniendo se detiene.
El coachee trata de ubicarse nuevamente en el espacio previo en que la pregunta, (incontestable por el momento) irrumpe en el contexto que ambos habían logrado.
De alguna manera “cómodo en su incomodidad ” e instalado en la queja no está demasiado convencido de dejarla: ha establecido con ella un idilio resistente al tiempo e ignorante de las consecuencias de esa actitud en la vida
Más allá de las explicaciones teóricas que uno le puede dar al asunto, y que varían según la teoría a la cual el coach adhiere; habría que preguntarse – como profesionales- que tratamiento le damos al tema de la queja.
¿Que camino tomar para no favorecer una actitud reactiva que fortalecería aún más esa verdad dogmática que la persona arrastra por los lugares sociales que frecuenta?
Cuando la queja se convierte en una práctica diaria, va fracturando – de manera silenciosa – los lazos sociales que podrían servir de red humana y ser útiles para acciones efectivas; por ejemplo: colaboración, contención, sostén, contactos laborales, etc.
El quejoso va perdiendo a lo largo de su vida; oídos, manos y miradas de sus compañeros, amigos y colegas. Va ganando a cambio, soledad, pues la queja desata el lazo social; concretamente no seduce: aleja.
Y volviendo al inconveniente que nos suscita la queja en el proceso de coaching: ¿qué podemos hacer entonces con ella?; ¿que tratamiento podríamos darle, más allá de indagar para inducir la duda en relación a la posición de víctima?…
Veamos primero que busca con la queja el coachee, dentro del proceso de coaching:
Bien, pues lo mismo que busca afuera; sumar un testigo más (el coach) a su “verdad de víctima”. Posición que le impide verse (decíamos) como parte del problema y trabajar consigo mismo en lo que declara ser una gran perturbación o problema.
A mi entender, habría que quitarle todo viso de dramatismo y seriedad a ese tema haciéndolo manifiesto bajo la forma de preguntas. Preguntarle por ejemplo, que resultados obtiene en la interacción con la gente con la cual habla desde su “ser de víctima”.
Concretamente, como reacciona esa gente, luego de un tiempo de escuchar lo mismo una y otra vez.; que obtiene él en ese intercambio particular y si en esos casos le parece se podría hablar de intercambio.
En general la persona bajo estas preguntas comienza a verse desde otro lugar y no pocas veces aparece la puerta de salida: la risa. Se introduce en el diálogo lo cómico.
Cuando alguien puede reírse de sí mismo, es capaz de tomar distancia y salir de la escena donde estaba prisionero sin darse cuenta. Es ésta una buena oportunidad para el coach (si esto sucede) de seguir con el humor que desdramatiza situaciones y da un espacio nuevo al coachee, donde el relato de las experiencias – que hayan disuelto relaciones, a causa del comportamiento quejoso – tiene lugar.
Avanzando en esta línea, vendrán luego reflexiones más comprometidas y entonces el contexto puede teñirse por las emociones de tristeza que van apareciendo ante el recuerdo de ruptura o entorpecimiento de vínculos importantes motivados por la reiteración del discurso quejoso.
El proceso de coaching seguirá entonces su curso con mayor o menor éxito; dependiendo de la eficiencia que hayan logrado ambos – coach y coachee – en el armado del sistema que protagonizan.
Pero si la risa sobre la propia queja ha sido lograda; la puerta quedará abierta a nuevas revisiones y cuestionamientos que no concluyen en ese proceso. Si se instaura como práctica, se trata de la adquisición de un firme recurso a futuro.
Aprender a reírse de sí mismo puede ser el comienzo de un auténtico cambio.