De lunes a viernes ibas al colegio. Algunas íbamos de 9 a 2 y los Martes y Jueves volvíamos por la tarde de 15.30 a 17.30.
Otros iban de 8.30 a 14.30 y tenían todas las tardes de la semana libres (¡suertudos!) Cada hora se dedicaba a una asignatura. No había tregua a menos que algún profesor faltase y esa hora la dedicabas a adelantar trabajo o a tirar aviones de papel por la ventana. Sí, de pequeño no hay término medio, ya lo sabemos...
Tenías los descansos de la mañana programados. Los recreos eran el momento más esperado de la mañana, para la mayoría. Al salir, llegabas a casa, comías y veías un rato la tele. Luego por la tarde tocaba estudiar un poco, seguir jugando, ver tus series preferidas o ir a tus actividades extraescolares. ¡Qué tiempos aquellos!
Pero cuando somos adultos, todo cambia. Nuestro ritmo de vida se vuelve frenético. Vamos como robots de un sitio a otro sin saber muy bien qué hacemos. Nos regimos por obligaciones. Te levantas, aseas, vistes, desayunas, sales, trabajas-buscas trabajo, comes-si te da tiempo, llegas a casa por la tarde noche, no te apetece nada, todos los días el mismo camino, las mismas caras, el mismo hastío... No disfrutamos de nuestro tiempo.A veces tengo la sensación de que no somos dueños de nuestro tiempo. Somos esclavos de nuestra vida. ¿Por qué no recuperamos ese orden consciente en nuestra vida? ¿Te ha parecido interesante este artículo? Suscríbete para recibir nuevas entradas sobre productividad en tu mail.