Revista Cultura y Ocio
Desde luego, hay profesiones mucho más agradecidas que las de consultor o escritor. Antes, cuando era pequeño, añoraba la falta de responsabilidad de los chóferes de autobús que nos llevaban al colegio. Mientras nosotros debíamos hacer deberes, ir a clase y examinarnos cada dos por tres, ellos se dirigían, de un lado a otro de la ciudad, con la radio puesta y la mente en sus cosas.
Después, con la edad y mis inquietudes literarias, pensé que la profesión adecuada era la de portero. Bastaba mirar sus gestos tranquilos desde la garita, sin apenas moverse ni pestañear ante el paso de los inquilinos. Su vida suponía el éxtasis para aquellos que quisieran leer o escribir sin que nadie se atreviera a molestarles. De adulto, envidié a los funcionario de Diputación que cumplían sus horario a rajatabla, con precisión prusiana, y que, para su alegría, cada vez tenían menos trabajo. Más tarde, también descubrí a los profesores de escuela pública o de universidad que, aparte de los tres meses de vacaciones anuales, apenas tenían horas de enseñanza, eso sí con mucho estrés añadido, según ellos. Hace unos pocos años cambié de opinión. Ahora me gustaría ser como Tatiana y David (antiguos presentadores de Disney Channel para los que no tengan niños) que estaban siempre haciendo el idiota con la misma ropa, y encima les pagaban. Pienso que eso debe ser la felicidad, hacer el idiota con la misma ropa y que te paguen.