Revista Opinión

Progreso y regreso. La ciudad sin ley.

Publicado el 12 agosto 2012 por Romanas

Hegel y Marx sembraron la semilla de la que yo me quiero aprovechar hoy. La historia, o la vida propia, si queremos, no es sino una especie de progreso que yo ahora creo firmemente que es hacia la nada y que avanza, o retrocede, a base de espasmos y por medio de las famosas, tesis, antítesis y conclusión. La diferencia entre Hegel y Marx radica en que el 1º todavía tenía, conservaba, una cierta raíz espiritualista, mientras que el 2º lo materializó todo, sin casi. De modo que la puñetera historia y nuestras jodidas vidas no son más que una especie del baile aquel de la conga, creo que se llamaba, un pasito adelante y dos atrás, o al revés, que yo no me acuerdo. Nacimos, nacemos, y queremos avanzar pero no nos dejan hacerlo los otros, esos canallas que lo quieren todo para sí. O sea que la vida, ese fluido prodigioso y gigantesco que lo impulsa todo quiere avanzar, proseguir, progresar pero las destructivas fuerzas del egoísmo y de la avaricia lo detienen siempre y casi siempre le hacen retroceder. Yo no sé lo que sería ahora el mundo si los canallas no hubieran puesto tantos palos en las ruedas de la tendencia del hombre a la civilidad, adonde hubiéramos llegado si a cada avance de la técnica no ya sólo mecánica sino también del pensamiento puro, las fuerzas, las puñeteras fuerzas del mal, por llamarlas de alguna manera, no hubieran hecho todo lo posible por aprovecharse de todo lo que ha significado progreso para convertirlo en un auténtico regreso. Ahora mismo, la prodigioso aventura de Einstein y sus seguidores en el campo de la física han servido para que el avance civilizatorio haya conseguido que yo vea lo que antes era imposible siquiera imaginar, hechos prodigiosos que suceden a miles de millones de kilómetros con las instanteneidad de la presencia. Pero también han posibilitado las inmensas tragedias de Hirósima y Nagasaki y todas esas otras que suceden cotidianamente en todos esos sitios en que la avaricia depredadora del hombre impulsa una guerra asesina sólo para que unos pocos, muy pocos se enriquezcan un poco más. Titulaba yo “la ciudad sin ley”. La ley, para el hombre, es o por lo menos debe de ser el principio y el final de todo. Desde el principio de la historia el hombre ha ido plasmando en leyes sus gigantescas victorias sobre la materia y los otros hombres, de manera que, en cierto modo, las historia de la humanidad no es sino la de las leyes de que se ha ido dotando. Pero las fuerzas de la regresión no están de acuerdo con ese interminable progreso que nos ha llevado desde la espantosa Ley del Talión. aquella del ojo por ojo, diente por diente, a las que consagraron lo que se ha dado en llamar Estado del bienestar, que establecía, después de siglos de sangre, sudor y lágrimas de miles de millones de trabajadores, una especie de primacía del derecho de los ciudadanos a vivir los últimos años de sus laboriosas vidas con un poco de comodidad y algo de dignidad. Qué menos. Pero las fuerzas de la regresión, que no son sino las del peor de los males, la avaricia, la codicia y el odio a todo lo que sinifica felicidad y progreso han dicho que no, que no están dispuestas a que un atisbo ese atisbo de felicidad que representa la esperanza de los trabajadore en un futuro pacífico y feliz conseguido a base de años y años de durísimos esfuerzos siga manteniéndose en las leyes de la ciudad y aprovechando una de las 7 plagas del viejo Egipto, han decidido acabar con la Ley, derogar el derecho, y establecer solemnemente que no hay más leyes que las de ese Moloch que an dado en llamar economía. Y han mandado a la Ley a la puñetera mierda. Han destruido todo atisbo de derecho en las ciudades y han acabado con la civilización.A partir de ahora, ellos podrán reírse de las leyes sociales y enviar a las inmensas legiones de los trabajadores a la desesperación y el hambre.

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