El consumo de carne está en el punto de mira desde las declaraciones del Ministro Alberto Garzón. Pero ¿es este un problema nuevo? O realmente ¿ha sido una crónica anunciada sobre un problema que ya no podía mantenerse más fuera de la actualidad política?
La realidad es que la producción cárnica se ha multiplicado en los últimos años. Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación en el año 2020 se produjo un total de 7,6 millones de toneladas de carne.
Ante tales declaraciones, las impresiones y críticas no se han hecho esperar y muchos sectores se han sentido atacados. Y yo me pregunto: ¿es esto un problema de salud, de impacto ambiental, de economía o todo junto?
Con la intención de arrojar un poco de luz vamos a hacer un recorrido por algunos datos importantes para poder entender porque nos encontramos en esta situación.
El consumo excesivo
En el ámbito de la salud muchas organizaciones llevan años advirtiéndonos de los peligros que puede tener el consumo de carne de manera excesiva. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud, del año 2015, concluye que cada porción de 50 gramos de carne procesada tomada a diario incrementa en un 18% el riesgo de padecer cáncer colorrectal.
Asimismo, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición recomienda un consumo moderado de carne de entre dos y cuatro veces por semana debido a los problemas de salud que pueden derivarse de una ingesta continuada y excesiva.
Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) aconseja consumir como máximo 300 gramos de carne a la semana por persona. En resumen, las tres organizaciones coinciden en la misma idea, el consumo de carne debe ser moderado y la situación actual de muchos hogares españoles es que el consumo de carne está presente diariamente.
Los efectos derivados
Si investigamos sobre las consecuencias que tiene la industria cárnica en el Medio Ambiente nos encontramos con efectos derivados de la ganadería intensiva como la deforestación, la contaminación de las aguas o la emisión de gases de efecto invernadero.
En 2019, Greenpeace lanzaba su campaña #PlanetaEnCarneViva con el objetivo de concienciar sobre los efectos de la ganadería intensiva en el planeta. En esa campaña daban a conocer datos tan impactantes como que el sector agrícola es responsable del 24% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y el 80% de la deforestación mundial es resultado de la expansión agrícola. La FAO, por su parte, señala que un 14,5% de las emisiones globales provienen de la ganadería, siendo España el tercer país de la Unión Europea con más emisiones originadas por este sector, según reconoció en octubre el Ministerio de Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
Para entender mejor el contexto, debemos diferenciar entre la ganadería industrial o intensiva que tiene como objetivo producir mucho, rápido y barato mediante modelos industrializados en el que los animales cada vez están más hacinados y en mayor número.
El año pasado en nuestro país se sacrificaron la escalofriante cifra de 910 millones de animales. Sin embargo, la ganadería ecológica y extensiva es una práctica rural en el que prima el bienestar animal, la utilización de los recursos naturales del medio físico, la conservación de las razas autóctonas y unas prácticas mucho más sostenibles para nuestro planeta.
La incidencia en la economía
Por último, vamos a centrarnos en el ámbito económico donde nos encontramos grandes diferencias entre la ganadería intensiva y extensiva. La ganadería intensiva tiene una mayor producción con el mismo nivel de inversión, sus productos tienen un precio más competitivo y es más flexible a la hora de adaptarse a la demanda del consumidor/a por lo que acaba siendo mucho más rentable económicamente.
Sin embargo, la ganadería extensiva produce en menor escala y está pasando tiempos difíciles tanto por su escaso relevo generacional como por el poco apoyo administrativo y económico. Los productos que solemos consumir no sostenibles son más baratos porque no están contabilizando los costes reales que implica su elaboración, tanto internos como externos.
¿Podemos consumir carne a la vez que cuidamos nuestra salud y el planeta?
Llegados a este punto, me imagino que todos/as nos hacemos dos preguntas clave: ¿Podemos consumir carne a la vez que cuidamos nuestra salud y el planeta? La respuesta es rotundamente sí, se trata de reducir el consumo de carne y otros derivados animales asegurándonos que aquello que consumismo venga de una ganadería ecológica y extensiva. Sin embargo, ¿este cambio es para todos los bolsillos? Desgraciadamente no.
Detrás de un cambio tan importante como reducir el consumo de carne en una sociedad que lo tiene tan arraigo debe haber mucha pedagogía, las cosas deben ser bien explicadas y no pueden cambiar de un día para otro. Y, sin lugar a dudas, debe conllevar consigo medidas que hagan que toda la población pueda acceder a los mismos recursos sin crear más desigualdad y poniendo en juego factores, como por ejemplo, nuestra salud.