Amelia nunca pensó que podría convertirse en protagonista de su propio proyecto fotogŕafico. Como artista freelance, se dedicaba a contar historias ajenas hasta que el fantasma del cáncer golpeó duramente su vida. Al ser lo suficientemente mayor como para no entrar en el seguro de sus padres y, al no ganar lo suficiente como para poder pagarse su propio plan sanitario, la bella luchadora decidió abandonar Nueva York, la ciudad de sus sueños, y regresar con su familia a Wisconsin.
Durante el curso de su enfermedad, Amelia hizo con el cáncer lo que mejor sabe hacer: retratarlo. De este modo, fue capturando el día a día de su lucha plantando cara a esta terrible enfermedad. "No tengo miedo a lo que digan los médicos", afirmó una sonriente Amelia a la CBS.
Elizabeth Griffin, amiga y compañera de profesión, también ha documentado esta, cuando menos, difícil travesía de la norteamericana, de modo que, gracias al esfuerzo combinado de ambas fotógrafas, el mundo puede ser espectador, no solo de la lucha constante de un enfermo de cáncer, sino también de la sabiduría, fuerza de voluntad y de la mirada decidida de una joven que afronta con coraje y tesón una brutal dolencia que no hace distinciones de clase, edad o sexo. "La gente todavía asimila el cáncer como una enfermedad típica de personas mayores", declaró Griffin, "sin embargo, también afecta a gente joven a quienes les queda, todavía, muchos años de vida por delante".