Publicado el 18 noviembre 2014 por Alagog
“Poésoa”: La buena poesíaCésare Pavese decía que el poeta debe tener en cuenta el peso de las palabras, es decir, tantearlas, dimensionarlas; pues cada una de ellas tiene un valor y una consecuencia. Como resultado lógico de esta importancia de las palabras, se impone inexorablemente un respeto por la elipsis, ya que, del mismo modo que la música es una sucesión de sonidos y silencios, la poesía es, esencialmente, el resultado de la combinación de palabras y silencios.En un pasaje de las “consideraciones” incluidas en este libro, Alberte Lago confiesa haber creído alguna vez que el verso libre era más fácil que el verso regular (pecado común en los jóvenes poetas) para luego sostener que hoy sabe definitivamente que el verso libre requiere de un mayor compromiso y de “la íntima convicción” de ciertas páginas de Whitman o Sandburg. Esta declaración de Alberte, sin duda, nos revela que de ninguna manera estamos adentrándonos en un poemario juvenil o en el producto ansioso de una compulsión emocional, sino, más bien, en la reflexión que la madurez creadora impone; una reflexión donde palabra y silencio se combinan en una red de significados cuya trama fue elaborada con sutileza y cuidado.A estas “consideraciones” que Lago elabora alrededor del oficio del poeta y sus herramientas no escapan ni Borges ni Millton. Pero que se entienda bien, esa contemplación no está enfocada en el trabajo de otros poetas sino más bien en la condición del propio quehacer poético, es decir, una reflexión (una introspección) sobre el ritmo y la materia prima que el poeta emplea para desarrollar sus propios medios expresivos. Más que una justificación es, si cabe, una indagación… Esta tarea acerca del oficio es lo que nos lleva a otro aspecto esencial de la poesía: la profundidad.Al respecto, permítaseme parafrasear la definición de un novelista y ensayista de mi tierra. Sólo existe en el campo literario una alternativa posible de clasificación: la literatura profunda y la superficial. Esta división extrema propuesta por Ernesto Sabato, lejos de ser una simplificación, sirve para separar el grano de la paja en cuanto al sentido último del arte… Cuando Sabato hablaba de literatura profunda como instrumento revelador de la condición humana, se refería a la capacidad transformadora de la literatura, esa trascendencia capaz de activar en el lector un estado de conciencia que modifique la visión que se tenga del mundo. Nadie es la misma persona después de leer a Whitman, a no ser que se tenga la necedad de creer que un hombre es un ser inmodificable.Como gran metáfora de esta función vital de la literatura, Alberte Lago adopta el “viaje” como hilo conductor de su poesía; él mismo se transforma en un viajero no sólo mutando el paisaje sino también su propio ser en cada poema. Paul Bowles, en su novela Bajo el cielo protector, establece una interesante diferencia entre el viajero y el turista: éste sabe que regresará a su país, a su mundo, a la continuidad de su vida; aquél, en cambio, se entrega al devenir, no tiene pasaje de regreso. Ese es el sentido que el “viaje” adquiere en la poética de Lago, un viaje por ciudades, relojes, calendarios, memorias, nostalgias, sueños, amores, climas…, en fin, estados del espíritu que van mutando en el tiempo y en cada verso.Palabra, silencio, profundidad, son los ingredientes de la buena poesía. Alberte Lago supo encontrar el camino y se entregó, sin estridencias ni vacíos, a ese viaje de la creación que modifica al autor y, por ende, al lector. La buena poesía no es buena en sí misma, sino en quien la crea y en quien la recibe. Si quieres seguir el enlace haz Click aquí