En este libro de 1975 se recopilan prólogos dispersos escritos entre 1923 y 1974. Elegidos por el editor Torres Agüero, ofrecen un buen resumen de los intereses del escritor argentino.
En el formidable prólogo de prólogos se lee:
El prólogo, en la triste mayoría de los casos, linda con la oratoria de sobremesa o con los panegíricos fúnebres y abunda en hipérboles irresponsables, que la lectura incrédula acepta como convenciones del género. (…) El prólogo, cuando son propicios los astros, no es una forma subalterna del brindis, es una especie lateral de la crítica.
A pesar de su opinión (“Un libro (creo) debe bastarse”) Borges los escribió con profusión. El hecho estético es, por esencia, repetía, inexplicable. Y sin embargo acierta a justificar muy bien porqué unos sí y otros no, por que hay autores que lo consiguen, y vale la pena leerlos, y otros fracasan, con independencia de la fama que tengan.
Los textos son más largos y elaborados que los de Biblioteca personal, y, quizás por ello, un puntito menos brillantes y fulgurantes. La erudición del argentino es apabullante. Extraordinario el dedicado a Macedonio Fernández. Sus afectos y antipatías literarias salen por todas partes. Hay opiniones y párrafos ya leídos en otras partes (por ejemplo, en Otras inquisiciones, pero eso es lo de menos).