Revista En Femenino
Anteayer le prometí a mi hija que a partir de ese miércoles “en esta casa todos los dibujos se irán a dormir a las nueve”. Hoy los persistentes berridos de la criatura demandando “unos poquitos”, y ese muñeco amarillo que vive en una piña allá por el fondo del mar, Bob Esponja, me han hecho tragarme mis propias palabras. Ha sido aparecer esta rara avis marina y la niña no podía despegar los ojos de la pantalla, hipnotizada por Bob y Patricio, que se paseaba en ese momento a su lado. Y ha sido apagar el televisor y ver como una pequeña de tres años se convertía en una aprendiz de dictadora.
Lo grave no es que me haya comido mis palabras, a la fuerza, persuadida por los gritos de mi hija. Lo preocupante es que he roto mi promesa por no mantener una actitud firme ante la niña. He sido una mamá vacilante y débil. Y eso, según los manuales de pediatría, se merece una tarjeta roja.
No voy a torturaros con nociones de psicología infantil. Sí, hago mal, debería apagar ese televisor sin miramientos, pero es viernes, víspera de puente. En unos minutos la esponja se habrá cenado su cangre-burger o como sea que se escriba, a la par que ella termina su leche con cola-cao. Y para compensar el presumible efecto pernicioso de la caja tonta en el desarrollo intelectual y emocional de mi hija, voy a leerle un par de cuentos. De los de toda la vida y sin efectos de luces y sonido (porque los libros infantiles ya no son lo que eran, como tampoco lo son los dibujos, aunque de esto ya hablaremos en otra ocasión). PD: Hace un par de días alguien con voz y voto, madurez y conocimientos, me aconsejó qué hacer ante estos casos de rabietas infantiles cuando mamá no concede el capricho de turno. Mea culpa, se que me he equivocado cediendo. Sólo puedo decir que ser madre es muy duro y no hay libro que valga para la asignatura.En cualquier caso y desde mi corazón de mami, muchas gracias.