Revista Cine
Era previsible. El inevitable hype mediático alrededor de la esperada precuela del clásico de horror y ciencia ficción Alien, el Octavo Pasajero (Scott, 1979) ha provocado que algunos se llamen decepcionados porque la nueva cinta de la saga alienesca –que tuvo una serie de disparejonas secuelas en 1986, 1992 y 1997, dirigidas por James Cameron, David Fincher y Jean-Pierre Jeunet, respectivamente- no ha sido el “clásico instantáneo” (sic) que deseaban que fuera, mientras que otros han dicho que, en efecto, el vigésimo largometraje del versátil Ridley Scott sí es una obra maestra digna de aparecer al lado no sólo del primer Alien sino, incluso, de obras definitivas en el género como 2001: Odisea del Espacio (Kubrick, 1968). Ni tanto que queme al santo, ni tanto pa’ compararlo con Kubrick. Estamos en el espacio, en el año 2093 –para ubicarnos, la primera Alien se supone que tuvo lugar unos años después, en el 2122-, y la nave del título no lleva material mineral como la Nostromo del primer filme, sino que está conformada por una tripulación cuyo objetivo es un poquito más trascendente: resolver el enigma del origen del ser humano. Así, en esta expedición financiada por el magnate fallecido Peter Weyland (Guy Pearce irreconocible tras kilos de excesivo maquillaje), el capitán Janek (Idris Elba) dirige la nave en la que la creyente Dra. Shaw (Noomi Rapace) y su petulante marido, el Dr. Holloway (Logan Marshall-Green), buscan la clave del origen del ser humano. Van en busca, pues, del equivalente del monolito gracias al cual los homínidos del prólogo de 2001 aprendieron a darse de catorrazos. En la nave van también la fría ejecutiva Meredith Vickers (Charlize Theron, de adorno) y el infaltable androide, David (Michael Fassbender, el Charlton Heston de nuestra generación, según el cinecrítico del New Yorker, Richard Brody), que es suave, educado y sexy, pues ha modelado su comportamiento con el Peter O’Tooler de Lawrence de Arabia (Lean, 1962). El propio Scott ha dicho que Prometeo no es una precuela, pero esta aclaración me parece por lo menos discutible: para cualquiera que haya vuelto a ver recientemente el primer Alien, es claro que mucho de lo que vemos en Prometeo –incluso, secuencias enteras- tiene que ver con lo que sucede a la tripulación del Nostromo en la cinta de 1979. La nueva película de Scott está plagada de referencias no sólo a la saga alienígena, sino a otros filmes claves del género, como la ya mencionada 2001 o la obra maestra de Scott, Blade Runner (1982), por la preocupación persistente que tienen los personajes –los humanos y el androide- con las razones de sus creadores, sea esa misteriosa raza de gigantes que diseñaron al ser humano, sea ese deforme anciano que ve al androide David casi como un hijo. La cinta funciona muy bien cuando se concentra en la aventura espacial (la exploración de esa misteriosa “cueva” en la que se encuentran perfectos objetos cilíndricos o letales serpientes que entran por la boca) o en las referencias corporales/orgánicas de otras cintas de la saga (la cesárea que tiene que hacerse la Dra. Shaw cuando se da cuenta que tiene en su interior a un “masiosare” de buen tamaño), pero derrapa en sus confusas ruminaciones filosóficas/religiosas/científicas, un tema que habría que dejárselo a cineastas que pueden lidiar con él, como Kubrick o, claro está, Tarkovsky (cf. Solaris/1972). En esos momentos de misterio, suspenso, acción, persecuciones, sangre, cirugías a la brava y aliens saliendo de los estómagos, Prometeo alcanza su mejor nivel como espectáculo de emoción, horror y entretenimiento puro. Scott y su equipo logran construir un espacio cinematográfico ominoso, amenazante, y el final promete nuevas y –espero- mejores aventuras. No más, pero no menos. Y no, Prometeo no es una obra maestra. Por lo menos yo no la veo así. Ni siquiera se acerca a lo mejor de la obra de Scott. Pero tampoco, aclaro, merece ese (casi) universal ninguneo que le ha dedicado buena parte de la crítica gringa. Esto tampoco lo entiendo. Ah, pero no se tratara de The Avengers 2…