Edificios en la ciudad de Estocolmo
Por qué la gente en lugar de leer libros como éste lee bazofia perfumada, banalidades pseudointeligentes y remiendos de fin de semana es algo que todavía no he dilucidado. Tal vez nunca llegue a dilucidarlo (el dilucidador que lo dilucide etc. etc.). Tampoco es que me interese demasiado. Tan sólo me llama la atención, sana curiosidad, eso es todo. Un árbol que ha crecido retorcido y que ya ha echado raíces es difícil de enderezar, dicen. Por lo demás, conviene no confundir literatura y libros, que a menudo se confunde, y no deja de haber cierta intensidad intencionada en hacer que se confunda. Así que cada uno a sus labores, unos a Mi color preferido es verte o a la saga greysiana y yo a Doctor Glas, esta excepcional obra del sueco Hjalmar Soderberg, escrita en forma de diario, que derrocha belleza, escepticismo y tensión, y que me hace pensar y me interroga y me pulsa, con seriedad pero sin gravedad, con calidad literaria y hondura humana. (¿Acaso no es eso para lo que leemos: para saber -o intentar saber, al menos- quiénes somos?).
"Lo que escribo en estas páginas no es una confesion. ¿A quién iba a confesarme? Tampoco cuento todo lo mio. Solo cuento lo que me gusta contar, pero no digo nada que no sea verdad. Con mentiras no voy a auyentar la infelicidad de mi alma, suponiendo que sea infeliz.
Fuera, la inmensa noche azul se cierne sobre los árboles del cementerio. Ahora la ciudad está silenciosa, tan silenciosa que los suspiros y los murmullos de abajo suben hasta aquí, y ocasionalmente brota una risa canalla. Me parece que en este momento nadie en el mundo está tan solo como yo. Yo, el licenciado en medicina Tyko Gabriel Glas, que a veces ayudo a otros pero no he podido nunca ayudarme a mí mismo, y que, a los treinta años cumplidos, nunca he estado junto a una mujer."
Pequeño gran libro sobre un personaje complejo a priori que, en definitiva, lo que busca es la justificación de su existencia, manejar su soledad sin sufrir demasiados efectos adversos, alcanzar el trozo de verdad o felicidad (si es que no es lo mismo) que le corresponde. Por eso este libro habla, con aliento poético y enérgica intriga, de tantas cosas y me llega directo (carece de edulcorantes), con la consistencia de un testimonio lúcido y honesto.
Como me ha ocurrido en otras ocasiones (recuerdo ahora Pan de Hamsum, otro escritor nórdico), con el libro de Soderberg he tenido que mirar y volver a mirar en numerosas ocasiones la página de creditos para comprobar que efectivamente fue escrito en 1905. Tal es su sorprendente modernidad.
"La vida ha pasado ante mí", anota Glas al final de su diario y de ese verano que ya termina. Pronto volverá a nevar sobre Estocolmo.