Con cada Mundial, se da la oportunidad para el sociólogo en pantuflas de examinar las ideas fuerzas que mueven a la sociedad argentina, con el simple expediente de analizar las publicidades televisivas relativas a la máxima fiesta del fútbol. Generalmente están teñidas de un nacionalismo exacerbado, levantando a las nubes a nuestro representativo, augurando una gesta heroica que (por la experiencia de los últimos Mundiales) suele ser más fanfarronería que evidencia empírica.
Es inevitable que sea así. Pero es interesante prestarle atención a las variaciones que se ven de un Mundial al otro, en dónde se pone el énfasis o se potencia el mensaje. Suele hallarse concordancias con los vientos que soplan en la patria. Del orden del Proceso, a la participación de todos en la democracia, del resurgir en la crisis del 2001, a esta tanda muy patriotera. En este Mundial escuchamos alguna publicidad que se atreve a decir: “¡Ay del que no cante (el himno)!” (que alguien le avise a Messi) o “(Durante el Mundial) somos mejores argentinos”.
Advierto un fuerte tono autoritario en las propagandas argentinas de este Mundial. Un deseo de unificación forzado, un sentimiento de hegemonía sin contradicciones. Me atrevo a sugerir que no es casualidad, que es el ideario impuesto por este gobierno en el ocaso, donde prepotenteó con la nacionalidad, con esa tara que tienen los gobiernos populistas en general y argentinos en particular: la idea de que la visión del que está en el gobierno es la máxima expresión de la patria. El peronismo tiene en su ADN confundir Estado y Gobierno y considerar que su propuesta interpreta al Pueblo (así en mayúscula) y por eso no admite discusión. Y por ende, aquel que lo discute está, inexorablemente, en la trinchera de la antipatria. Es un cipayo, un oligarca, gorila, un enemigo del pueblo. El que disiente no es un auténtico argentino. O dicho de otro: no es de argentinos disentir.
No es necesario señalar que en las sociedades abiertas y democráticas ningún grupo político se hace cargo exclusivamente del copyright de la Patria. Todos contribuyen con sus ideas a la Nación y se respetan las diferencias sin descalificarlas. Desde ya que ese camino no es el que tomó la democracia argentina, muy tentada al autoritarismo y al rechazo de lo republicano.
Ese tono de unanimidad institucional se desprende este año en las propagandas televisivas relacionadas con el Mundial, tal vez más que en años anteriores. Vale prestarle la atención al tono agresivo, al rosario de lugares comunes del nacionalismo simplón, al elogio a la no existencia de voces discordantes. Es un exaltación de la masa, de lo unánime, no exenta de veleidades de superioridad manifiesta.
Que los mercaderes resalten ese rasgo no es por convicción: es por la conveniencia de que esa tara nacionalista resulta del agrado del argentino promedio. Y por eso disfrazan sus productos con ese ropaje chauvinista.
Hay otra perla que habla de la forma en que dejamos de considerar el buen juego como un valor en sí mismo. En cierta propaganda, un jugador de nuestro Seleccionado recuerda, cuando era niño, como la madre lo inculcó del espíritu de perseverancia y de no nunca aflojar. Si te caes, te vuelves a levantar. El niño retorna al picado infantil… ¡arrojándose a los pies del contrario en plancha! Eso sí: aplaudidos por todos. Uno hubiera esperado un pibe que gambetee, se saque dos ñatos de encima y la clave en un ángulo.
Pero no: lo nuestro da hoy sólo para tirarnos al piso y jugarla de machos.
Ya que no tenemos la guapeza de ser buenos por lo menos pasemos por guapos.