Los que ya vamos contando algunos años seguramente recordaremos que, allá por 1974, sucedió un secuestro en California que acabó siendo un escándalo mediático de alcance mundial.
La joven Patty Hearst, nieta del magnate William Randolhp Hearst, fue capturada en el apartamento de su novio por un grupo autodefinido como de ultra izquierda, que en realidad no dejaban de ser una banda terrorista de muy corto recorrido. La familia de Patty pagó a los secuestradores 6. Millones de €, que en realidad fue una donación a los necesitados para procurarles alimentos y otras cosas necesarias por indicación de los secuestradores.
No hubo más noticias de la secuestrada hasta dos meses después, cuando fue fotografiada por la cámara de seguridad de un banco que estaba siendo asaltado por ella y varios de los secuestradores que la retuvieron meses atrás. Pasaron cinco meses más hasta que, en compañía de uno de sus antiguos captores, fue detenida por la policía. Patty Hearst era parte importante del grupo terrorista que un tiempo atrás la había privado de libertad. Se había convertido en un claro ejemplo de Síndrome de Estocolmo llevado hasta el extremo porque, además de ser una secuestrada que había desarrollado empatía hacia sus secuestradores, había asimilado los postulados de los terroristas y ella misma se había convertido en una activista más contra sistema capitalista en el que había vivido muy confortablemente hasta el día de su secuestro.
El caso de Patty Hearst, aun siendo uno de los más sonados de los últimos 50 años, no es el único que puede definirse como un trastorno al que en tiempos se le adjudicó el nombre de Síndrome de Estocolmo según el cual, el agredido, el secuestrado tienden a tener simpatía por el secuestrador y el agresor.
En España tenemos una larguísima tradición social de simpatía y hasta adoración por el tirano, el sinvergüenza y el indeseable que ha demostrado ser un gobernante de pocos escrúpulos y de menos decencia. Me sobrecoge comprobar cómo el ejemplo de Patty Hearst es perfectamente comparable a tantos y tantos votantes a los que no parece importarles que hasta ellos mismos estén sufriendo las consecuencias de las malas decisiones de sus políticos preferidos… a los que seguirán votando una y otra vez, convirtiéndose así incluso en cómplices y corresponsables de las maldades de esos líderes a los que idolatran. Zapatero, Rajoy, Rubalcaba, Montoro, por nombrar solo a cuatro elementos de entre la pléyade de indeseables que han poblado la política española, siguen siendo vistos como próceres por una buena parte de los españoles, aunque el paso del tiempo haya demostrado inexorablemente que las acciones de esos impresentables traerían consecuencias nefastas para la nación entera.
En las circunstancias de epidemia y confinamiento que estamos viviendo ahora, bien podríamos hablar también de Síndrome de Estocolmo colectivo. Y si no hubiera por medio decenas de miles de fallecidos y cientos de miles de enfermos e infectados, la propuesta que algunos españoles están promoviendo en Change.org para solicitar el premio Princesa de Asturias para Fernando Simón bien podría tomarse como un fake , y hasta como una inocentada del próximo 28 de diciembre.
Pero la iniciativa es absolutamente cierta. Hay un grupo de ciudadanos que asegura que la labor de Fernando Simón, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, está siendo “muy valorada” por algunos ciudadanos. En un vergonzoso y baboso artículo publicado en eldesmarque.com, artículo que parece destinado a un descarado peloteo para conseguir alguna subvención, su autora, Noelia Mejías aseguraba a la fecha de su publicación que casi 4.000 personas valoraban muy positivamente el trabajo de Simón al frente de la crisis del Covid19.
Uno tiene la sensación que quien ha escrito tan delirante y genuflexo artículo ha debido vivir estos últimos meses en alguna cueva del Atlas, apartada del mundo y sin medios audiovisuales para estar en contacto con la realidad; y que esas 4.000 personas que quieren el Princesa de Asturias para Simón han terminado por vivir bajo un Síndrome de Estocolmo que las impulsa al amor por uno de los secuaces de las continuas y reiteradas mentiras del gobierno socialcomunista que han colocado a la nación española al borde del abismo y sin asidero donde agarrarse. O es el síndrome de marras… o se trata de una banda de unos cuantos miles de sectarios y tarados que no ven más allá de una realidad creada por Sánchez, Iglesias, sus secuaces y Soros como amo y señor de todos ellos, y que desembocará en esa “nueva normalidad” de “gobernanza mundial” a la que ya se ha referido el presidente Pedro Fráudez para ir acostumbrándonos a lo que viene.
Desde aquél “en España no habrá más que unos pocos casos de coronavirus”, hasta el reciente lío de la desescalada por provincias que el gobierno ha tenido que rectificar ya en dos ocasiones, han pasado ya tres meses completos de casos de corrupción, de equivocaciones, unas intencionadas y otras causadas por la ineptitud media más elevada del gobierno más estúpido, malvado y corrupto de las pasadas décadas, de componendas desveladas por la prensa y de la constatación casi infalible que nos muestra que estamos gobernados por indeseables e idiotas. De ese gobierno felón no se salva ni uno solo. De sus asesores y demás advenedizos no se puede disculpar a ninguno. Y aun así, tan solo hace escasos días, 4.000 lameculos pretenden homenajear a Fernando Simón, remedo de Harpo Marx sin maldita la gracia y cómplice necesario de la gran farsa que Pedro Sánchez y su piara de desalmados sostienen a diario, como si los cerca de 50.000 fallecidos en cifras reales y no manipuladas no merecieran siquiera unas banderas a media asta, una simple corbata de luto, o una mínima seriedad en las intervenciones diarias en televisión que este gobierno y sus portavoces convierten en un relato del absurdo y en una crónica de muerte, miseria moral e intereses políticos por encima del sufrimiento de cientos de miles de personas.
Es desalentador asistir a comportamientos de semejante bajeza. Más allá de una irresponsabilidad, más allá de intentar congraciarse con el que ordena y manda, es una afrenta a la memoria de los fallecidos y una falta de respeto a los enfermos y a sus familiares, Semejante ofensa jamás debería contar con el apoyo de una sola persona de bien.
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