(El guardapolvo blanco no disimulaba las curvas, su cara era triste, me preguntaba sin mirar).
-¿Éste, el que trae espermicida?
(Era el momento justo para acabar con el tedio, para ejercitar la voluntad, para enviar un beso invisible).
-El que a vos te guste más.
(La sonrisa fue inesperada, turbia, atemorizante).
-Entonces llevá el que tiene tachas. Pero vas a tener que comprar dos cajas, mínimo.
Guardé las aspirinas, (humillado) abandoné la farmacia. Yo soy un hombre serio, y todo tiene un límite.
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