Después de varias semanas macerando algunas ideas y replanteándome algunas cosas sobre el futuro en general y sobre el mío y el de mi familia en particular, he llegado a algunas conclusiones personales que me gustaría compartir con vosotros. Entre ellas que voy a:
1) aparcar o dejar en un segundo plano el borrador del libro hasta nuevo aviso y con ello mi vocación por, digamos, la teoría filosófica, sociológica, histórica, política, doomer, etc. Estoy convencido de que los años 2012, 2013 y 2014, por no hablar del periodo inicial 2008-2011 (en total, lo que va de los veinte a los veintiséis años), han sido muy fructíferos en ese sentido, pero creo que ha llegado el momento de entrar en una nueva fase, no totalmente diferente de las anteriores pero sí de algún modo superadora. Como suelo decir, la especialización no es lo mío, y si sigo única e ininterrumpidamente por el camino de los análisis teóricos y de la crítica social corro el riesgo de especializarme en lo abstracto y de estancarme en lo vital, esto es, en el lado más práctico o vivencial de la vida, por así decir. ¿Se pueden hacer las dos cosas a la vez? Por supuesto, y pienso seguir haciéndolo, pero lo que no se puede hacer es el mismo hincapié en las dos. Yo al menos no. O lo uno o lo otro, como diría Kierkegaard.
2) centrarme por un tiempo en lo que de manera algo rimbombante he llamado para mis adentros Plan de resiliencia 2015 o Curso de aprendizaje integral, algo así como una recuperación y puesta en práctica de actividades y conocimientos de carácter autodidacta que toda familia (al menos un miembro de cada familia) o libre asociación de personas -especialmente si son urbanitas- debería desarrollar en la medida de sus posibilidades para, en el peor de los casos, afrontar en mejores condiciones una posible disrupción severa del Sistema -igual o peor a las ya ocurridas en los Estados Unidos (1929), la Unión Soviética (1989) y Argentina (2001)- o, en el mejor de los casos, para su propia autonomía y autorrealización. Desde las más individualistas y survivalistas como aprender radiofonía y adquirir algunas monedas de oro a modo de «valor refugio» (las de 3 gramos o un décimo de onza cuestan poco más de 100 euros), pasando por las más privadas como reunir poco a poco un buen kit de herramientas, afeitarse con navaja y cortarse el pelo uno mismo -¡la tijera vaciadora ha sido todo un descubrimiento para mí!-, hasta las más colectivas y transicionistas como aprender construcción -por ejemplo con muros de paja y algo de madera, que es más fácil, económico y ecológico-, producción de energía mecánica y eléctrica -podemos vivir sin electricidad y de hecho algún día volveremos a hacerlo, pero mientras tanto no nos vendrán mal algunas de sus ventajas-, impresión de libros y opúsculos con imprentas caseras de tipos móviles, permacultura, fitoterapia -complementándolo con química-, veterinaria, así como elaboración de alimentos (pan, conservas, etc.) y productos de higiene personal (jabón mediante sosa cáustica y detergente mediante bicarbonato de sodio).
En principio tengo pensado dedicarle un post a cada uno de los temas conforme vaya adentrándome en ellos y cogiendo algo de experiencia durante el año que viene y finales de este, aunque solo sea para poner un par de enlaces y comentar algunas cosas. Espero que de ahí salga el contenido que algún día me gustaría incluir en el apartado "Qué cabe esperar del futuro y qué cabe hacer al respecto", situado en la parte final del libro. Hasta entonces este seguirá estando cojo. Tampoco descarto -por ahora solo es una fantasía, poco más que un nombre en mi cabeza- plantar o ayudar a plantar las bases teóricas y prácticas de un posible Instituto para la Adaptación al Colapso (IAC) -¡con siglas todo parece más serio!-, algo así como una granja escuela, centro de estudios o incluso neomonasterio -mixto y aconfesional- para decrecentistas, permacultores, catastrofistas -en el buen sentido-, pesimistas -también en sentido positivo-, escépticos, revolucionarios, anarcoprimitivistas, solitarios y demás desheredados, pero sobre todo para gente autocrítica y con sentido del humor. Es importante saber reírse de uno mismo, de sus propias tragedias e incluso de sus más firmes creencias. El humor negro es la sal de la vida, al menos de la mía :P
Por ahora he empezado con la fitoterapia, una rama de la medicina que me está sorprendiendo gratamente. Si bien sigo siendo bastante crítico con...
a) las afirmaciones extraordinarias -creo que quienes prometen mucho a cambio de poco o «duros a cuatro pesetas», como los políticos, los economistas, los sacerdotes, los homeópatas, los reflexólogos, muchos herboristas, etc., deben aportar evidencias empíricas o razones lógicas extraordinarias-, b) los productos curalotodo -para muchos extractos de plantas no hay evidencias suficientes de que curen lo que muchas webs y personas bienintencionadas dicen que curan, y para los que sí, su potencial terapéutico es generalmente menor si lo comparamos con el de los fármacos de síntesis (basados en la construcción de nuevas moléculas, como la penicilina), sobre todo en enfermedades graves, aunque no hay mal que por bien no venga: también su coste real y sus efectos adversos suelen ser menores-, c) los suplementos vitamínicos que, salvo en algunos casos puntuales, son innecesarios y d) los alimentos fetiche -comerse un plátano, beberse un zumo de naranja, dos cucharadas de aceite de oliva, un vaso de leche o una copa de vino tinto al día no es imprescindible en sí mismo, lo importante es el nutriente venga de donde venga y no tanto el continente-,lo cierto es que hay toda una serie de estudios convincentes con ensayos clínicos y apañados grupos de control más allá del «a mí me funciona» y del «si lo tomaban los indios por algo será» que me han hecho ver con otros ojos la fitoterapia, con la que seguramente tendrán que volver a convivir las generaciones futuras y debido a lo cual no nos vendría nada mal conservar e incluso mejorar el saber acumulado durante estas dos últimas décadas tan prolíficas, algo así como una "fitoterapia escéptica" que armonice lo mejor de ambos mundos (el mundo tradicional, simple y holista, a lo Hildegarda de Bingen, y el mundo industrial, complejo y reduccionista, que tantos quebraderos de cabeza pero también luces nos ha traído).
La asistencia médica que se presta en las naciones industriales del mundo es irremediablemente insostenible, puesto que depende de energías concentradas, del aporte de recursos y de las cadenas de suministro planetarias. Conforme la sociedad industrial se vaya desintegrando, los métodos actuales de asistencia sanitaria tendrán que ser reemplazados por métodos que requieran mucha menos energía y recursos y que además puedan poner en práctica los miembros familiares y los médicos locales. Tendrá que destinarse mucho trabajo a identificar las prácticas que pertenecen a este grupo de tecnologías, ya que todo el asunto es un campo minado de reivindicaciones en conflicto tanto por parte de la corriente dominante de la industria médica como de la asistencia médica alternativa; cuanto antes se separe el grano de la paja, mejor.
John Michael Greer, 2014.Ahora bien, no nos valdrá solamente con el escepticismo científico. Los que con orgullo se llaman a sí mismos ateos y «escépticos» tienden a subestimar otros escepticismos, como el político, el histórico, el ético, el cultural y el económico. Matamos en nuestro interior al dios de los teístas, o al menos su lado más cuestionable, enhorabuena, pero ¿por qué detenernos ahí? Vendimos la piel del escepticismo antes de cazarlo. Ni siquiera Dios era el peor dios de todos. Del dios Estado apenas se duda, tampoco del trabajo asalariado, y mucho menos del Progreso. Estos tres falsos ídolos, junto con la tecnolatría y otras filias, han causado muchas más desgracias que todas las religiones y «medicinas alternativas» juntas; el cientificismo tan arraigado entre los divulgadores científicos tiene consecuencias sociales aún más determinantes que la «charlatanería». Las supersticiones de los escépticos pueden ser todavía más perniciosas que las supersticiones de los «magufos». Creer en las conspiraciones más rocambolescas de los Estados no es nada comparado con creer en los propios Estados, del mismo modo que creer que el capitalismo es el menos malo de los sistemas económicos es peor que creer en los Anunnakis. El pensamiento crítico, pues, será integral o no será.
Nota: un libro recomendable sobre la materia es el Manual de fitoterapia (2007) de Encarna Castillo y compañía. Como el precio no es muy asequible, hoy por hoy lo estoy leyendo en la biblioteca de la Universidad de Alicante. Lo único que le echo en falta, aunque es una ausencia perdonable -el libro ocuparía y costaría el doble, de hacerme caso-, es la no existencia de un apartado dedicado a la anatomía vegetal, al cultivo de cada planta y a su posterior transformación en fitofármaco.
¡A vuestra salud!