La confianza es de ida y vuelta. Es decir, para que otra persona confíe en mí también yo he de confiar en ella.
Las relaciones con los niños están llenas de suspicacia y sospechas. En parte porque creemos que los niños tratan de salirse con la suya en cuanto pueden. Y esto puede ser así, siempre que los adultos que son su referencia y con los que se vinculan habitualmente hayamos dejado de darles espacio para decidir, para arriesgar, para acertar y cometer errores.
En nombre de nuestro papel educador como padres cometemos injerencias constantes en cuestiones que atañen solo a nuestros hijos, por privadas o personales, o que forman parte de un camino sano de crecimiento vital.
Cambiar la dinámica habitual de soltar quince indicaciones sobre cómo tiene que hacer esto o lo otro, ponernos a tiro en lugar de asaetearlos con los “te lo dije”, hacer más preguntas que respuestas, compartir nuestro mundo interior con ellos, las dudas y los alegrías…
Son muchas las oportunidades de dar y recibir, de construir confianza, en vez de dependencia o caretas.
Dejar decidir, escuchar sin sermonear cuando se equivocan (¿acaso tú no lo haces?), dar aliento y celebrar los logros, consolar en los momentos duros con honestidad y sin superioridad, es la puerta de la confianza mutua. El segundo propósito para 2015.
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