Revista Medio Ambiente

Pros y contras de las redes sociales: la cigüeña que quería anidar en Pías

Por Felixyloslobos
Hace más de veinte años de aquel trágico suceso. En la primavera de 1992 fueron localizados los cuerpos sin vida de la primera pareja de cigüeñas blancas (Ciconia ciconia) que logró criar con éxito en la provincia de Pontevedra. Más concretamente, en la parroquia de San Salvador de Budiño, concello de O Porriño. Una de las aves presentaba un fuerte golpe en la cabeza. La otra había sido abatida a tiros. El hombre ponía de esta forma punto y final a una bonita historia de amor que se iniciaba cuatro años antes, en 1989, año en que la feliz pareja visitaba la zona por primera vez.
Como si en lo más profundo de su memoria conservaran todavía vivo el recuerdo de sus congéneres asesinados, las cigüeñas no se han atrevido a nidificar de nuevo en el lugar. Tampoco en toda la mitad sur de la provincia, donde, por más que he buscado, no he conseguido encontrar referencia alguna a la reproducción de esta especie de Vigo para abajo. Galicia nunca fue destino predilecto para las cigüeñas. Pero esta situación está empezando a cambiar rápidamente.
En el Baixo Miño galego-portugués, la observación de estas aves ha pasado de ser un hecho aislado a convertirse en algo habitual entre los meses de marzo y septiembre. Las grandes zancudas aprovechan ambos márgenes de 'a raia' para descansar y reponer fuerzas antes de completar los últimos kilómetros de su migración. Destaca la cita registrada por Javier Barbi el 23/07/2015 en As Eiras (O Rosal), cuando un grupo de 11 cigüeñas en paso hizo un alto en el camino ante la incredulidad de vecinos y amantes de las aves.

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La pareja que logró criar en la chimenea de una vieja fábrica de
O Porriño. En el recuadro, una de las cigüeñas abatida a tiros.
//Jesús de Arcos/Agustín Ferreira/ANABAM


En lo que va de 2016, han sido dos los individuos que nos han visitado. La noticia me sorprendió en plena feria de San Gregorio, festividad que marca el inicio de la primavera en la parroquia de San Miguel de Tabagón, O Rosal. La pareja de cigüeñas ―según me contaron mientras degustaba un sabroso polbo a feira― había sido vista sobrevolando los numerosos puestos de artesanía y comida tradicional que salpicaban las calles del pueblo, dejando boquiabiertas a decenas de personas.
Pero no sería hasta pasados 15 días, el domingo 27 de marzo, cuando yo mismo tuve la ocasión de fotografiar a uno de los miembros de la pareja cruzando el cielo, no lejos del sitio donde habían sido observadas dos semanas antes. La historia se repetiría varias jornadas más tarde, prácticamente a la misma hora ―sobre las 12 del mediodía― y en el mismo punto.
Las observaciones se iban sucediendo una tras otra. Las blanquinegras y ciertamente queridas aves estaban en boca de todos. En cualquier lugar, a cualquier hora, en cualquier momento había alguien con un teléfono móvil presto a compartir las andanzas de nuestras protagonistas. Yo mismo llegué a recibir alguna de esas fotografías que no tardaron en "volar" de terminal en terminal a velocidad de vértigo. Yo mismo, por supuesto, quise hacer partícipes a mis amigos del gran acontecimiento. Las cigüeñas eran bienvenidas. Aquí no serían recibidas por la bala y el plomo.

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Grupo de 11 cigüeñas fotografiado el 23/07/2015 en O Rosal //Javier Barbi


Mientras tanto, pasaban las semanas, y las dudas empezaban a surgir. ¿Habrán venido, por fin, para quedarse? Su fijación por un determinado territorio era verdaderamente sospechosa... ¿Estarán buscando emplazamiento para el nido? Y por encima de todo, una incógnita, un deseo. ¿Criarán?
El mes de abril fue un mes de ausencia. Tanto es así, que llegué a pensar que se habían marchado. La única pista sobre su paradero me la proporcionó una chica que afirmaba haberlas visto aguas abajo, en la marisma de Salcidos, a la altura de uno de los observatorios de aves. No sé muy bien porqué, pero no le di demasiada credibilidad a su testimonio. "Las habrá confundido con garzas", pensé. En realidad ya las daba por perdidas. Toda mi atención se centraba ahora en una pareja de aguiluchos laguneros que se afanaban en construir un nuevo hogar para su futura descendencia.
Pero la historia no se acaba aquí. Lo mejor aún estaba por llegar. El lunes 2 de mayo recibí vía WhatsApp una imagen cuanto menos curiosa. La instantánea mostraba a una cigüeña encaramada a lo alto de una palmera afectada por la invasión del picudo rojo, escarabajo tristemente conocido por todos. Era la captura de pantalla de una fotografía que había sido publicada en Facebook unas horas antes. Al día siguiente me llegaba información más detallada: "As cigüeñas polo que me dixeron levan uns días movéndose polas palmeiras do pueblo. Unha está o lado da praza de Pías". El remitente de este mensaje era mi amigo Oscar.

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Cigüeña fotografiada el 27/03 en San Miguel de Tabagón //Manu Sobrino


No podía dar crédito a lo que estaba leyendo. Como comentario a la fotografía, además, se apuntaba la posibilidad de que nuestra amiga hubiera elegido el árbol enfermo y despojado de hojas como plataforma ideal para levantar su nido.
Con ilusiones renovadas, retomé la búsqueda de las aves. La mañana del miércoles salí muy temprano a su encuentro. Tras recorrer y examinar palmo a palmo cada calle, cada finca, cada jardín y sobretodo cada palmera, finalmente tropecé con una prácticamente idéntica a la que buscaba. Su ubicación no era fruto de la casualidad. Estaba a escasos 50 metros de la plaza en la que todos los años se celebra la ya referida feria de San Gregorio, ¿recordáis? Las piezas comenzaban a encajar...
El calor era insoportable. Desde la única porción de sombra que que pude encontrar, a los pies de la casa en cuyo interior se alzaba el enorme fuste, me dispuse a esperar en completo silencio. La primera en aparecer fue una de las inquilinas de la vivienda, una señora mayor. Extrañada por la presencia de un chico en silla de ruedas y cámara al hombre, no dudó en preguntar:
"¿Ves a ver a cigüeña mozo?". Asentí, sorprendido por el acierto de la anciana.
"Hoxe non veu ainda, e a esta hora xa non creo que veña", respondió con seguridad.

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Una de las imágenes que circuló por las redes sociales.


Lamentando mi mala fortuna, continué escuchando a la amable mujer:
"O domingo estuvo todo o día enriba da palmera, pero xa fai dous días que non aparece. Hoxe xa non creo que veña", insistía. "O domingo estaba todo isto cheo de coches e de xente facente fotos. Mesmo o meu neto fíxolle unha chea delas desde esa ventana. ¡Fíxolle unhas fotos preciosas!", comentaba con gran entusiasmo, al mismo tiempo que señalaba con el dedo una de las ventanas del domicilio, que distaba apenas diez metros del tronco.
Preocupado por lo que estaba escuchando, intervine rápidamente:
"O mellor por iso marchou e non volveu, ¿non? O mirar tanta xente e escoitar tanta ruido ighual se asustou".
"Claro, seghuramente que si", admitió ella, algo apenada...
Por si lo que estaba oyendo no fuera suficientemente increíble, lo que me faltaba por oír era todavía más asombroso:
"Xa levaba vindo uns cuantos días seghuidos, e o domingo estuvo ata as dez da noite. Pero hoxe xa non creo que veña".

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Los gorriones comunes eran los únicos ocupantes de la palmera aquel
miércoles 4 de mayo... //Manu Sobrino


Hacía hincapié una y otra vez en esta última frase. A mi ya me había quedado meridianamente claro que este no iba a ser mi día de suerte.
"Mirei como facía así co pico, 'cro-cro-cro-cro-cro' (imitaba el peculiar sonido que producen las cigüeñas al chocar la mandíbula superior con la inferior, conocido como 'crotoreo'). "Incluso mireina traer ramas moi ghrandes no pico. As levaba no pico e as pousaba na palmera. E sempre viña desde este lado", ―explicaba señalando en dirección norte―. "Seghuramente quería facer o niño ahí. Hasta non sei se poría un ghuevo ahí arriba". Evidentemente, este extremo era difícil de probar.
"Levaba xa un mes volando por aquí. Non, un mes non, mes e medio", rectifica. Estimación que coincide en el tiempo con las primeras citas de la especie que yo recogiera. "Estaría buscando sitio pro niño", añadí.
Sin nada más que decir, la abuela entró en su domicilio. Poco después vuelve a salir para espetarme la maldita cantinela. "Hoxe xa non creo que veña. O domingo a esta hora xa estaba aquí". En total, más de dos horas y media de infructuosa vigilancia.

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Pareja de gorriones apareándose en los entresijos del tronco //Manu Sobrino


No podía dejar de pensar en la oportunidad perdida de documentar la nidificación de una pareja de cigüeñas por vez primera en la comarca...
Pero, ¿realmente la huida del animal se debió al estrés provocado por la afluencia masiva de curiosos? Todo hace indicar que si. No sería la primera vez que esto sucede.
La época de cría es el período más crítico en la vida de cualquier ser vivo, por muy bien que este tolere la proximidad del hombre. Las aves no son una excepción. Necesitan tranquilidad y respeto.
No es el propósito de este artículo buscar culpables. Todos deberíamos hacer un ejercicio de reflexión sobre las consecuencias de nuestros actos en la naturaleza. Sobre la conveniencia o no de difundir cierta información a través de las redes sociales. No basta con buenas intenciones.
Observo la palmera (o lo que queda de ella) por última vez. Entre las "escamas" de la parte alta, los gorriones comunes consuman su amor. Ellos también ponen todo su empeño en perpetuar su estirpe. Con sus gritos, su constante ir y venir, compensan y recompensan de alguna manera mi esfuerzo por encontrar a las cigüeñas. Quizá también se pregunten porqué ya no les acompaña su elegante y esbelta vecina...

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