Todos hemos escuchado alguna dramática historia de un venezolano, dentro o fuera del país que ha dejado su profesión a cambio de un sueldo que le permita sobrevivir. Un neurocirujano que trabaja de taxista en EEUU, un ingeniero que corta pescado en Perú, un docente que vende tortas en Caracas, todos ellos forman parte de una nueva práctica que ha obligado a los profesionales a subsistir ante una situación económica abrumadora.
Dejar de lado el trabajo intelectual por uno que ofrezca recompensas a corto plazo es la mejor forma de conseguir el pan de cada día pues, en vista de las desmejoras salariales de los grandes gremios, en el caso de los que viven en Venezuela y ante una situación de supervivencia, en el caso de los que han emigrado, soltar el título por un trabajo inmediato es la mejor solución. Es entonces que así como en un acto de prostitución del cuerpo, la prostitución intelectual se convierte en una práctica de venta del intelecto por poco dinero, años de estudio, experiencia laboral, títulos de licenciatura, maestrías y doctorados quedan reducidos ante la necesidad de comida o techo.
Evidentemente, al entender el mercado de ofrecimiento del intelecto por una mala a una persona o empresa se pueden hallar los actores principales: reclutadores, proxenetas, intermediarios, víctima, en donde el último eslabón es consciente de esta práctica laboral que va en detrimento de su intelecto y sus capacidades, finalmente termina aceptando y cediendo ante la extrema necesidad.
El secretario general de la Organización de las Naciones Unidas declaró recientemente que “La trata de personas adopta muchas formas y no conoce fronteras” y en ese sentido, podríamos asumir esta práctica laboral como un tipo de trata, pero que en este caso no compromete el cuerpo, sino el intelecto. Pensemos por ejemplo en todos los profesionales que se ven obligados a aceptar cargos que desmeritan sus conocimientos y experiencias, en el cambio de profesión a un oficio, en ser considerados manos de obra barata por atravesar una situación económica y política intrincada, la aceptación de sueldos inferiores por la nacionalidad, invitan a pensar en una cruda prostitución intelectual que se asume estoicamente por alimentos, por medicinas, por la familia.
Foto: diario el comercio de Perú