Sé que hablar y teorizar sobre los socios, es meterme en un buen charco. Los hay tan distintos y la experiencia de cada cual es tan variada que, de antemano, no tengo más remedio que advertir sobre la relatividad de mis juicios y, por consiguiente, la espera asumida de que mi opinión no sea compartida por muchos de quienes me lean. Cada uno cuenta la aventura de su viaje según le ha ido. A pesar de la variedad de opiniones, hay que confiar en el buen juicio de quien juzga la película según la fidelidad y el ajuste al guión, y valora el trabajo de los interpretes por la fidelidad al papel asignado.
El socio es necesario e inevitable y no importa que su procedencia sea por recibir una herencia, por necesidad de una ayuda financiera, por compartir amistad y negocio, o por encontrar el alma gemela que cree como tú en un proyecto empresarial. Me da lo mismo, porque el socio se convierte en el compañero obligado de un largo viaje con quien, a la larga, se duerme en posadas que agradan a unos y desagradan a otros, se visitan monumentos que a unos embelesan y a otros les parecen sólo piedras, y. al final es difícil evitar las abundantes ocasiones en que la misma amistad peligra por disparidad de criterios. ¿Qué le vamos a hacer? Es la complejidad de la individualidad humana en el siempre difícil juego de la convivencia.
Lo cierto es que la compañía del socio es siempre sorprendente; su vida, como la nuestra, es cambiante y en esos cambios tienen un protagonismo innegable los intereses que a cada cual se le presentan en el transcurso del camino, y que complican lo que pareció amable compañía.
Todo lo dicho ¿ pone en duda la garantía de una lealtad continuada del socio ante el proyecto empresarial?.
Cada cual tendrá sobradas razones para arbitrar su respuesta.
Mi opinión es que cuanto más larga sea la vida de la empresa, más ocasiones de disentimientos aparecerán entre los protagonistas, nacidos de discrepancias interesadas que irán socavando poco a poco la unidad de lo que fue un día un ilusionarte proyecto.
Socios hereditarios
Es frecuente que, al momento de testar, un padre reparta las acciones de su empresa entre los hijos: las participaciones societarias son de fácil distribución, estima que lo más justo es la no-distinción entre iguales y, ¿por qué no?, que aquella idea, si se convirtió en éxito y originó una mayor o menor fortuna – resultado de sus sudores, esfuerzos y sacrificios- deben disfrutarla todos sus herederos a partes iguales.
Lo que me interesa resaltar es que a la empresa, en este imaginario supuesto, se la ha considerado como un bien más, dentro de la masa hereditaria y, como tal, se reparta entre los sucesores sin que cuenten las preferencias de quienes heredan, sus aptitudes, y, mucho menos, las empatías que entre los miembros de la familia puedan existir.
¿ Qué podemos esperar de nuestros protagonistas? Demos un vistazo al ”casting imaginario” de los socios- herederos prescindiendo de su sexo.
Seguramente los perfiles de los nuevos propietarios sean muy distintos. Entre ellos probablemente habrá algún profesional titulado con sus quehaceres dedicados a su propio trabajo u oficio; es muy posible que, también, haya quien tenga su propio negocio, ajeno a la empresa heredada, que preocupe y ocupe su tiempo; incluso pudiera existir quien orientó su futuro a actividades de corte intelectual – investigación, enseñanza- o quien dedicó su vida y sus aspiraciones a mantener la seguridad que le ofrece un puesto entre el variopinto funcionariado. A ninguno se puede negar la cualidad de socio por derecho propio.
Y lo más probable es que uno o algunos trabajaron desde siempre con su padre al pié del negocio y, de entre ellos, es muy probable que uno, fiel a los deseos del progenitor, o a otras circunstancias, sea el más capacitado para dirigir, conozca el negocio y nadie le discuta su liderazgo. Es mucho suponer, lo sé, pero elijo esta hipótesis ya que de socios ocasionales o por herencia estamos tratando.
El caso es que los socios de esta guisa pueden ser tan dispares que de todo puede haber, ya que cada cual sigue los caminos que la vida y su libertad le brindan.
También existirá, probablemente, un Consejo de Administración en el que todos tengan su silla de “director” desde la cual se reconocen propietarios, guardando cada uno su protagonismo en la palabra, aunque en la realidad sean meros espectadores o, en lenguaje cinematográfico, meros figurantes interesados en la comedia.
Hasta aquí es muy verosímil que la película transcurra sin sobresaltos y sea el líder /protagonista quien dedique su existencia a procurar que la nave viaje en calma, todos reciban los puntuales beneficios y el tiempo transcurra en serena paz mientras se conservan y enaltecen los valores familiares. Proclaman una y otra vez que son estos valores, y no otros, el soporte y cimiento de una unidad indestructible que, estiman, justifica por sí sola la seguridad del negocio.
Pero es muy posible que la propia dinámica de la empresa plantee un día problemas financieros: una inversión derivada del crecimiento imparable, acuciantes agobios de tesorería, o un paso adelante en la diversificación y puesta al día. Llegado este momento, también es muy verosímil, que la mayoría de estos socios “ocasionales” escurra el bulto por la contundente razón de que esto “les complica la vida”; razonan que “sus bienes y sus profesiones son sólo suyos” y la sociedad heredada no tiene ningún derecho a sacarlos de la calma y el confort, para hacerlos navegar ahora en un océano tempestuoso.
Con toda intención he simplificado esta imaginaria película para que nos sea más sencillo determinar los perfiles de nuestros protagonistas. Los socios a quienes yo apellido “pasivos”, es decir sin una actividad implicada y de vivencia en la empresa, nos manifiestan los siguientes caracteres:
- Desinterés por un conocimiento profundo de la empresa. Están en otro rollo lo que no es óbice para que opinen con la ceremoniosa y aparente responsabilidad que sólo les otorga su puesto de proporción igualitaria en el Consejo de Admón..
- Conservadores en los principios y estructura de la empresa.
- Terror ante el riesgo inevitable que conlleva todo negocio y pánico ante la apertura de nuevos caminos que amplíen ese riesgo.
- Oposición a la inclusión en el Consejo, o en puestos de máxima responsabilidad, de personas especializadas o profesionales ajenos a la familia..
- Aprecian más la cultura de la PRESENCIA que la de la EFICENCIA
- Desconfianza, por su ignorancia, ante los cambios estratégicos o golpes de timón que las exigencias de los tiempos requieren.
- Tendencia a aliarse entre sí para formar una piña, el bunker que les dará el argumento del número frente a la precariedad de quienes siendo responsables máximos están, a la hora del recuento, en una clara minoría.
No necesito decir más ni hace falta ser un adivino para imaginar las consecuencias.
Socios colaboradores
Afortunadamente existen socios con cultura empresarial, heredada o adquirida, que desmienten cuanto he dicho. Desempeñan con toda dignidad el papel de socios colaboradores en el difícil arte de navegar y guardar la ropa. Sus opiniones y consejos son leales y predomina en ellos la sensatez y la grandeza de considerar a la empresa como un ser con vida propia e independiente al que no se debe acosar con criterios marcados por egoísmos personales y partidistas. Su oposición es franca, leal y razonada; y saben distinguir los peligros reales de los imaginarios en los que, como seres humanos, caen los líderes cuando en ocasiones se convierten en visionarios. Con el tiempo se significan como la herramienta imprescindible y confiada del líder. Son igualmente socios pero activos y conscientes de su papel. Se informan, piden datos y tratan de asimilar los problemas de la empresa para buscar soluciones sin perjudicar su marcha.
Son capaces de aparcar sus intereses personales para desempeñar, como si de profesionales se tratara, el papel del reparto que, como protagonistas obligados, les corresponde.
Son los menos y a ellos se debe esa escasa estadística de las supervivientes empresas familiares
Socios nocturnos
Me tomo la licencia, que confieso frívola, de calificar como tales a quienes, sin tener la cualidad legal de socios, influyen de manera tan trascendental que condicionan la conducta de quienes lo son por derecho propio. Bien sea por parentesco intimo o por pura amistad confidente, el caso es que existen y ensombrecen la libertad y voluntad del socio consiguiendo que no siempre actúe con la independencia y la objetividad que cabría esperar. Estos “tapados” pueden, con su actitud interesada, llegar a convertirse en desintegradores y desestabilizadores de la unidad familiar y consecuentemente del negocio. Siembran la cizaña de la desconfianza o, cuando menos, de la duda. Aprovechan la intimidad, que legítimamente comparten, para inducir su criterio generalmente desinformado y visceral, en su propio provecho y el de su propio clan. Suelen escudarse en el cariño o la amistad sincera, pero son, al final, los que consiguen que el bienintencionado socio interprete inexorablemente el papel del malo de la película.
Autor Pepe Orts
Fuente http://empresa-familiar.euroresidentes.com/
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