La rabia de Casilda C. P., de Barcelona, se manifiesta en sus tensos brazos y puños crispados, y se oye en sus zapatazos contra el suelo. Parece que de lejos se escucha, incluso, su agitado corazón.
Desde hace cuatro años tiene a su hijo Josep en la cárcel. Padece un “trastorno bipolar”, posiblemente potenciado por su antiguo consumo de drogas.
Es el mismo diagnóstico psiquiátrico que ha liberado en Madrid a un supernarcotraficante colombiano, en prisión como enlace de mafias y como responsable de un alijo de diez toneladas de cocaína, valoradas en 40.000 millones de pesetas (unos 222 millones de euros).
Cuando fue detenido, Josep trataba de vender un kilo, también de cocaína, recuerda Casilda. Ya entonces estaba muy mal, veía cosas horribles y cambiaba de ánimo constantemente, pero los psiquiatras de la prisión no detectaron su enfermedad. Uno, lejano amigo de la familia, fue quien dio con el diagnóstico.
El supernarco Carlos Ruíz de Santamaría tiene el mismo síntoma, según sus psiquiatras. Se le debería juzgar a partir del 14 de enero, y la Audiencia Nacional le ha concedido la libertad por causas médicas y “humanitarias”, bajo fianza de cinco millones de pesetas.
El psiquiatra de Josep asegura que con buen asesoramiento cualquiera puede imitar una de las múltiples variedades de los “trastornos bipolares”.
El colombiano está cargado de dólares, ha conseguido que psiquiatras, abogados y tres magistrados de la Sala Cuarta de lo Penal de la Audiencia Nacional, vieran en él a un enfermo que debería ser atendido fuera de prisión.
Casilda se repite a sí misma los nombres de los jueces. Los quisiera para su hijo. Pero la Audiencia Nacional trata solo con grandes capos. A los juzgados comunes van los miserables.
Casilda: “Es mejor ser un gran delincuente”.