Revista Infancia

Proteger sin sobreproteger

Por Belen
Aunque el título de este post parezca un trabalenguas, la intención es diferenciar ambos términos porque no siempre las madres y padres los tenemos claros. Proteger a nuestros hijos forma parte de nuestro instinto, es nuestra misión más importante desde el mismo día que les concebimos. Les protegemos en nuestro vientre y cuando por fin están en nuestros brazos, esa misión adquiere una importancia vital. Tanto es así que, a medida que van creciendo y adquiriendo independencia, nos cuesta soltarles y dejarles experimentar la vida, con todo lo que ello conlleva. 
Yo he sido una madre muy protectora, en ocasiones sobreprotectora. Cuando un hijo tiene un problema de salud nuestras alertas se incrementan y saltan a la mínima. A medida que Rayo ha ido creciendo he intentado limitar mi sobreprotección y convertirla 'sólo' en protección, aunque la guardia no la he bajado nunca. No ha sido nada fácil, os lo aseguro. Pero no podemos meter a nuestros hijos en una burbuja. 
Proteger sin sobreproteger
Pero ha sido mi hijo quien me ha hecho entender que eso no le beneficiaba en nada. Lo mejor para él era ser como los demás, hacer las mismas cosas, correr los mismos riesgos (aquí tuve que tragar mucha saliva y mucho miedo). La sobreprotección no le ayudaba y lo más importante, no le hacía feliz. 
Cuando son pequeñines sobreprotegerles no les aporta mucho, pero tampoco les daña en exceso. Se pierden algunas cosillas, no lo neguemos, pero se sobrelleva. Pero al crecer debemos tener muy en cuenta cómo debemos comportarnos. Os voy a contar una escena que presencié ayer en el colegio que creo ilustra muy bien el tema que nos ocupa. En 2º de Infantil hay un niño que tiene cierta discapacidad auditiva, y dudo si algo más. El niño está integrado en el aula normal y hace fila con sus otros compañeros. Cuando los niños se ponen en sus filas, los padres nos retiramos y ahí ya empieza 'su mundo', 'su habitat'. No es la primera vez que veo que su madre, una mujerona con aires de mandona, se acerca a la fila para regañar a otros niños, bien porque empujan al suyo o porque les ha visto que le han dicho esto o aquello. Ayer la mamá se acercó porque habían intentado quitarle el sitio en la fila, regañó a otro niño y su hijo, el pobre, se puso colorado como un tomate. Cuando su madre se fue puso cara de enfadado, siguió colorado y con la mirada hacia abajo. Su madre esto no lo vio, no pudo apreciar su vergüenza, su indignación. Y tampoco pudo ver cómo sus compañeros le miraban risueños. Flaco favor le hizo. 
Esto es un caso, quizá algo extremo, de sobreprotección, aunque seguro que no es tan difícil ver situaciones similares en otras circunstancias. 
Y vosotros, ¿sois protectores o sobreprotectores?

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