Revista Cultura y Ocio

Proust y los signos de la mundanidad, Gilles Deleuze

Publicado el 04 enero 2014 por Kim Nguyen

la grande bellezza sorrentino

El primer mundo de La Recherche es el de la mundanidad. No hay medio que emita y concentre tantos signos, en espacios tan reducidos y a una velocidad tan grande. Bien es verdad que estos signos no son homogéneos en sí mismos. En un mismo momento se diferencian, no sólo según las clases, sino según “agrupaciones espirituales” aún más profundas. En cada momento evolucionan, se fijan o ceden sitio a otros signos. De forma que la tarea del aprendiz consiste en comprender por qué alguien es “recibido” en determinado mundo, por qué alguien deja de serlo; a qué signos obedecen los mundos, cuáles son sus legisladores y sus sumos sacerdotes. En la obra de Proust, Charlus es el más prodigioso emisor de signos, por su poder mundano, su orgullo, su sentido de lo teatral, su rostro y su voz. Pero Charlus, impulsado por el amor, no es nada en casa de los Verdurin e incluso en su propio mundo acabará por reducirse a nada cuando cambien las leyes implícitas. ¿Cuál es, por tanto, la unidad de los signos mundanos? Un saludo del duque de Guermantes está por interpretar, y las posibilidades de error son tan grandes como en un diagnóstico. Lo mismo sucede con la mímica de Mme Verdurin.
El signo de lo mundano aparece como si hubiese reemplazado una acción o un pensamiento. Sirve de acción y de pensamiento. Por lo tanto, es un signo que no remite a algo distinto, significación trascendente o contenido ideal, sino que ha usurpado el valor supuesto a su sentido. Por ello, la mundanidad juzgada desde el punto de vista de las lecciones, aparece como falaz y cruel; y desde el punto de vista del pensamiento, aparece como estúpida. No se piensa, no se actúa, se indica signos. En casa de Mme Verdurin no se dice nada gracioso, y Mme Verdurin no se ríe; sin embargo, Cottard indica, significa, que dice algo gracioso, Mme Verdurin significa que ríe, y su signo es emitido con tanta perfección que M. Verdurin, para no ser menos, busca a su vez una mímica apropiada. Mme de Guermantes a menudo es de corazón duro y de forma de pensar mediocre, pero siempre tiene signos encantadores. No actúa para sus amigos, ni piensa con ellos: les expresa signos. El signo mundano no remite a algo, ocupa su lugar, pretende valer por su sentido. Anticipa tanto la acción como el pensamiento, anula el pensamiento y la acción, y se declara suficiente. De ahí su aspecto estereotipado y su vacuidad. No debemos concluir con ello que estos signos sean desdeñables. El aprendizaje sería imperfecto, e incluso imposible, si no pasase por ellos. Están vacíos, pero esta vacuidad les confiere una perfección ritual, un formalismo que no se encontrará en ningún otro lugar. Los signos mundanos son los únicos capaces de causar una especie de exaltación nerviosa, efecto que en nosotros producen las personas que saben emitirlos.

Gilles Deleuze
Proust y los signos, 1964

Foto: Jep Gambardella
en La Grande bellezza de Paolo Sorrentino


Proust y los signos de la mundanidad, Gilles Deleuze

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