Característico de las grandes respuestas es suscitar nuevas grandes preguntas (Levi: 2004:63). Nuevas grandes preguntas que se han generado en un contexto de crisis financiera que ha mediatizado toda política de los Estados-nación en la Unión Europea.
Hemos comprobado cómo la soberanía de las naciones ya no es patrimonio en exclusiva de un pueblo sino sujeta a lo económico de una globalización que exige lealtad a los plazos, rechaza incompetencias y exige seriedad sobre todas las demás consideraciones. Puede ser algo inhumano, muy mecánico. La situación ha sido difícil. Sigue estando comprometida. El Senado de Italia, por ejemplo, aprobó un proyecto de ley, de carácter formal o declarativo, con 166 votos a favor y 133 en contra, que pretende suspender las provincias como estrategia de ahorro público (Diario «Il Giornale.it» de 26 de marzo de 2014). Si así se aprueba en el presente mes de abril, se transferirán competencias a los municipios y regiones, creando lo que denominan « ciudades metropolitanas». Se trata de un proyecto de ley en un país en donde el Estado tiene una presencia significativa en multitud de sectores empresariales. Quizás hubiera sido preferible reducir la función empresarial del Estado, privatizándolo; quizás hubiera sido preferible apostar por políticas de innovación creando un ambiente institucional propicio para ello, a modo como lo propuesto por David Cameron en Gran Bretaña.En un mundo sin distancias, lo culturalmente propio, con sus arabescos, taraceas y ornatos, cede ante unos simples y sencillos principios implantados: beneficio, productividad, mínimo coste y eficiencia (Bernanke y Frank, 2007)[1].Principios son, al fin y al cabo, en una sociedad, como aduce Lipoversky « en donde el mercado se impone y se enfatiza la competencia económica y democrática, la ambición de la técnica y el consumo, la mercantilización a ultranza » (Lipoversky, 2008:55)[2].Pero ¿dónde están los valores humanistas? ¿Qué hay del espíritu, aquel que nos permite ponderar lo cartesiano económico? ¿Aquel que nos fundamenta como sociedad?El aristotelismo, el tomismo y sus profundas huellas en el pensamiento occidental, defendían la primacía del espíritu en el hombre sobre lo material.
El humanismo de hoy deberá construirse sobre aquel legado nuevamente si no queremos caer en la tiranía marxista de lo social, en el totalitarismo biológico de Freud. O en las graves consecuencias éticas del imperativo tecnológico que anunció Hans Jonas.Existe hoy un individualismo aceptado voluntariamente que rechaza lo comunitario, que no es humanismo expansivo para todos, sino subjetivo, esencialmente personal y excluyente. Y ello compromete a toda sociedad como comunidad vertebrada sobre unos valores que facilita la convivencia y la cooperación entre todos.Si la sociedad de hoy se despoja de referentes que inhiben la vocación instintiva del hombre, como claramente lo expone Etienne de La Boétie en «El discurso de la servidumbre voluntaria»[3], si todos anhelamos vivir acorde con intereses propios prescindiendo de los demás.
En suma, si todos somos niños, como razona Nussbaum (2012:30) [4]«La pregunta sería ¿dónde está el padre? Porque sabemos dónde estamos si uno de nosotros es el padre ».Y si solamente hay individualidad ¿quién puede pensar en un fututo si lo vitalmente necesario es el presente?
[1]Vid. Bernanke, B.S. y Frank, R.H. (2007): «Principios de economía », Madrid: McGraw-Hill.
[2]Lipoversky, G. (2008):Postmodernidad: Madrid.
[3]De La Boétie, E. (2010): «El discurso de la servidumbre voluntaria », Madrid: Tecnos.
[4]Nussbaum, M. (2006): «El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y ley », Madrid: Katz Editores.