Permitidme que os dé un consejo: si alguna vez pasáis por quirófano, dedicad el resto de ese día a dormir. No hay mejor cura. Eso, y alguna que otra pastilla para el dolor, es lo mejor que se puede hacer durante las primeras horas.
Eso es precisamente a lo que dediqué la tarde del día de ayer, después de acabar con la operación más tonta y, al mismo tiempo, probablemente más larga de la historia. Volví al hospital, y recorrí de nuevo la línea amarilla, pero al final de la misma ya no me estaba esperando la misma doctora, sino dos doctores (dos hombres, muy majos, por cierto) que redujeron el tiempo de la intervención a la mitad. Esa es la parte buena. La parte menos chula es que esta vez usaron la aguja y ¡ala! me han dejado cinco o seis bonitos puntos. Y digo bonitos porque uno de los dos doctores estaba tan orgulloso de su labor de costura que quiso hacerme una foto. Lástima que estuviera mareándome, de lo contrario le habría pedido que lo hiciera y que después me la mandara de recuerdo.
A cambio de su jugueteo con mi espalda les regalé bombones y les pedí que por favor le entregasen a la otra doctora una mini-carta de color verde que le había escrito esa misma mañana para agradecerle su trabajo y para ofrecerle tomar un café conmigo si le apetece. Sí, al final di el paso. Creo que eso me mantuvo mucho más nerviosa toda la mañana que el hecho de tener que repetir la operación.
Y al llegar a casa, parte oficial a la familia y siesta de tres horas.
La historia debería de haber acabado ahí. Pero... ¡ah, amigos! ¿Por qué no continuarla?
Desde ayer sigo el consejo de uno de los doctores, que me recomendó expresamente que no dé abrazos. Así que trato de dejar el brazo entero muerto, para no tener que hacer demasiados esfuerzos con él y evitar que se salten los puntos. Pues fijaos si a tanto habrá llegado mi labor de concentración para conseguir mi propósito, que esta mañana, al salir del coche, no he calculado que aún no había terminado de sacar la mano del mismo, y me he pillado un dedo con la puerta.
Nueva visita al hospital. Esta vez sigue la línea azul, por favor, que hay que hacerte una radiografía. Por suerte no hay nada roto y mi torpeza nata nos ha permitido echarnos unas risas, pero me da rabia que, habiendo recobrado ya parcialmente la utilidad de esa mano con respecto a ayer, la haya vuelto a perder con un gesto tan tonto. Otro moratón para la colección. Menos mal que al menos me los hago yo sola y nadie más resulta herido...