Próxima estación: calle felicidad

La felicidad empieza siendo un destino. Creemos que podemos alcanzarla intentando lograr nuestras metas físicas y sociales. Pero el tiempo sustituye la idea de destino por la de trayecto; vamos comprendiendo que la felicidad tiene altibajos y que, por supuesto, alcanzar nuestras metas físicas y sociales, sólo contenta a medias. Los logros son logros, sin duda, pero no esconde detrás de ellos la felicidad. Es más, puede que perdamos parte de ella persiguiendo panaceas materiales que terminan defraudando nuestras espectativas al respecto. La felicidad es un trayecto, cosa que nos hubieran ahorrado si nos hubieran enseñado un poquito de filosofía antigua, o si hubieran enfocado la educación hacia el progreso interno personal y no al social. La inmersión en culturas orientales nos descubre el hecho de que la felicidad está en la "antesala de la felicidad" y que no es una meta ni tiene alcance, puesto que ni siquiera el Nirvana es eterno. Pero tampoco hay que exagerar y volverse vegano o yogi (y no me refiero al oso). Al igual que existe el destino, si lo interpretamos como la consecuencia de nuestro propio desarrollo mental, también existe la felicidad. Y aunque esquiva sea o tímida, la esperanza es lo que nunca se pierde. "Nos perdemos las mejores" -diría alguien que conocí y ya no está para recordarmelo más a menudo-. No olviden pararse en la próxima estación.