Ahora que se abre una cierta luz al final de este largo túnel que se ha llevado por delante un año entero (y posiblemente parte del que viene), el reflejo de estos meses de confinamientos, distancia social, pandemias y mascarillas comienza a llegar a las producciones cinematográficas, especialmente aquellas del género documental, que reflejan en primer plano la realidad. Pero también la ficción se ha hecho eco de este mazazo a esa normalidad que vivíamos hasta hace poco. Series como The good doctor (ABC, 2017-) o Anatomía de Grey (ABC, 2005-) han dedicado parte de sus recién estrenadas nuevas temporadas al coronavirus. E incluso otras con temáticas no específicamente médicas, como This is us (Fox, 2016-) han incluido un entorno vital en medio de la pandemia. Lo cual nos lleva también a la mercadotecnia en torno a esta enfermedad. Porque el uso de mascarillas en la serie This is us esconde más bien la introducción de product placement de determinados fabricantes de mascarillas de diseño. Recientemente también veíamos en el programa Cuarto Milenio (Cuatro, 2005-) cómo se utilizaba un espacio pretendidamente informativo para hacer publicidad de un protector labial, una especie de producto de merchandising del programa.


A esta circunstancia hay que añadir la escasa sutileza que caracteriza a los documentales de Hernán Zin, como Nacido en Gaza (2014) o Nacido en Siria (2016), que trataban de transmitir las emociones aunque fuera forzandolas. Esto se vislumbra también en 2020 sobre todo en la última parte del documental, en la que el director pretende ser más emocional (aplausos en los balcones incluidos) y acaba siendo sensiblero.
En este ámbito de las emociones, el documental que más escalofríos nos ha producido ha sido The Ark (Dan Wei, 2020), estrenado en el pasado Festival Internacional de Documentales de Amsterdam. IDFA. Porque es una mirada hacia un tema poco tratado cuando se habla de la pandemia: los daños colaterales. The Ark no es un documental sobre una enferma de Covid-19, sino que acompaña a una anciana (la abuela del director) que lucha por su vida debido a otra enfermedad que no se especifica, y cuya estancia en el hospital coincide con los primeros días de la crisis sanitaria en China. "Algunas escenas pueden causar incomodidad al espectador", se nos avisa al comienzo, antes de que veamos un primer plano de la anciana en la cama de su habitación. Efectivamente, es un documental que provoca dolor, cuyas imágenes son a veces difíciles de soportar. Porque, básicamente, asistimos a las últimas semanas de vida de la protagonista. Y ese final que ya intuimos inevitable, duele desde el primer momento.

Dan Wei decidió pedir permiso a su familia para grabar todo este proceso de acompañamiento y duelo. Con una soberbia fotografía en blanco y negro (parte del documental, sin embargo, está grabado con el teléfono móvil) y un formato 1:1 que acaba siendo claustrofóbico, el director pone en escena momentos que producen incomodidad, pero que transmiten la realidad de un camino tortuoso a través de una enfermedad grave. De fondo, las noticias sobre el coronavirus que se muestran en la televisión, las caras de sorpresa de los familiares de la paciente cuando ven las escenas de lo que está ocurriendo en el exterior. A lo largo de esta pandemia, se ha hablado poco de los enfermos que han visto cómo sus tratamientos se han interrumpido o ralentizado, de cómo hemos prestado tanta atención al coronavirus que se han olvidado los muchos pacientes crónicos que necesitaban ayuda. No vemos una desatención en el caso de la paciente en The Ark, pero se deja notar la presencia de la pandemia como una suerte de atmósfera que se va haciendo cada vez más sofocante. También asistimos a la división de la familia, unos cristianos y otros no, cuando discuten sobre cómo debe ser el funeral de la abuela. Al final, The Ark es una aguda reflexión sobre la vida y nuestro camino hacia la muerte, la que llega con dolor, la que devora el cuerpo. Es una de las películas más desgarradoras que hemos visto recientemente.
Si hay algo que parece claro tras varios meses de pandemia es que el resultado desastroso que ha tenido en la gestión tiene un origen más político que científico. Los gobiernos de la mayor parte de los países afectados demostraron no estar preparados para un masivo contagio como éste y sus intereses se han puesto muchas veces por encima de los consejos de los expertos. En Noruega, por ejemplo, que está viviendo estas semanas una segunda ola más trágica que en los primeros meses, la fuente principal de contagios ha sido la llegada de trabajadores de países "en rojo" y la laxitud en los aeropuertos de medidas de contención. Estos días publicaba el periódico Aftenposten un artículo en el que se reflejan una serie de mensajes entre miembros del gobierno y los máximos responsables del sector empresarial que mostraban cómo esta laxitud provenía de las presiones que los empresarios (los mismos que contratan a los trabajadores en el extranjero) ejercieron sobre el gobierno.

En Totally under control hace uno de esos ejercicios de investigación exhaustivos a los que nos tiene acostumbrados, con entrevistas muy interesantes a personas implicadas directamente en la gestión de los primeros meses de la pandemia (se echa en falta, sin embargo, la participación de Anthony Fauci, al que se hace referencia en varias ocasiones). Producido para estar listo antes de las elecciones presidenciales, se puede decir que tiene un sesgo eminentemente demócrata, y posiblemente algunas comparaciones con la gestión de otras epidemias por parte de la administración Obama sea lo más flojo y menos interesante de la película. Pero lo que produce auténtico pavor es la desidia del gobierno frente a esta grave crisis sanitaria y la actitud del presidente (se menciona la entrevista que hizo Bob Woodward a Donald Trump en febrero, y en la que éste parecía conocer la gravedad del virus). Aunque dura casi dos horas, el ritmo de documental es dinámico, imparable, con una estructura perfecta dividida en diferentes tramas. Se comenta, por ejemplo, que la comunidad científica tiene protocolos de actuación para pandemias mundiales que el gobierno no tuvo en cuenta; se habla del fatídico "lost month", el mes de marzo que se perdió sin realizar tests porque las pruebas distribuidas entre los laboratorios eran defectuosas; hay incongruencias notables como el hecho de que Estados Unidos fuera el primer fabricante de mascarillas en el mundo y sin embargo se quedara sin mascarillas y tuviera que adquirirlas en China; y hasta momentos que podrían ser hilarantes y ridículos como las diferentes ofertas que hacían los gobernadores de California, Illinois, Florida, Nueva York y la propia FEMA (la Agencia Federal de Emergencias) para comprar respiradores ¡en eBay! (lo que provocó el encarecimiento de su precio).
Totally under control demuestra algo que ya se sabía desde la desastrosa gestión en los años ochenta de la propagación del virus del SIDA bajo la administración Reagan. La agenda política está en franca contradicción con la defensa de los intereses de los ciudadanos.

Una de las primeras historias sigue a una pareja que intenta regresar a Wuhan después de haber estado en otra ciudad. El control que una funcionaria les realiza en una gasolinera termina con la llegada de la policía. Es un perfecto ejemplo de las intenciones de Ai Weiwei, mostrar que en China casi todo acaba en manos de las autoridades, que las sospechas son la norma, no la excepción, que el control ejercido por el gobierno chino para mantener a raya el coronavirus en realidad se convirtió en una recopilación de datos e información personal. Otra de las historias tiene como protagonista a un trabajador de la construcción que ha salido de Wuhan pero no puede regresar a su ciudad porque nunca le llega la autorización adecuada. El caos administrativo comienza a hacer su aparición, y el hombre debe dormir en su coche varias noches. En la película no se narra la conclusión de esta historia, pero en diversas entrevistas se ha comentado que finalmente el hombre, aunque pudo llegar a su ciudad, acabó quitándose la vida. En otra secuencia, un hijo habla con su madre durante el bloqueo de Wuhan, confinados en su apartamento. Ella es una anciana convencida de las virtudes del gobierno chino, que no cree en las noticias que aparecen en internet sobre la represión, que justifica cualquier tipo de control gubernamental como un beneficio para los ciudadanos.
En realidad, Coronation se centra sobre todo en la gestión de una crisis a través de la vigilancia, el control de la población o el lavado de cerebro. La reflexión que propone esta representación de la sociedad china en tiempos de pandemia nos lleva a pensar hasta qué punto la falta de transparencia y la vigilancia constante pueden ser justificadas como recurso necesario para controlar un problema sanitario. Los cambios sufridos en la libertad de movimientos de los ciudadanos ha supuesto una restricción de nuestros derechos y un laberinto burocrático sin precedentes. Ni siquiera la despedida a los seres queridos se libra de esta caótica situación, representada en un hombre que trata de encontrar las cenizas de su padre a través de un confuso laberinto administrativo. Es el legado del coronavirus, la renuncia a nuestra libertad a cambio de nuestra vida.
El Festival de Derechos Humanos de Barcelona se puede ver en Filmin hasta el 13 de diciembre.
Nacido en Gaza y Nacido en Siria se pueden ver en Filmin.