¿Un boceto de títere?
Primero, una introducción. Este año comencé a trabajar con un tercer año nocturno, compuesto casi integralmente por chicos que son repitentes múltiples, expulsados o con veda para ingresar a otras escuelas. Mi grupo ideal, en pocas palabras. Como están respondiendo de maravillas a las propuestas de trabajo y van avanzados en el programa, decidí dedicar un día a la lectura de comedias de teatro. Cada uno tomó a cargo un personaje y leyó sus parlamentos. A la tercer comedia, la coordinación ya era perfecta, sin pausas entre diálogos e incluso varios comenzaron a atender a las didascalias, y gritaban, se indignaban, ironizaban, lloraban. Los profesores de literatura que lo probaron saben que el teatro es una de las actividades más movilizadoras y enriquecedoras para cualquier grupo, pero lo es más en los que los pedagogos denominan de riesgo (?).
Y ahora vamos a la cuestión del post: se me ocurrió que, conociendo que los alumnos temen mucho a la exposición física y a estudiar obras largas, pensé que el teatro de títeres podría ser una forma de saltear ambos escollos. Empecé, siguiendo la lógica de elaboración del proyecto, con el planteo, los objetivos, los contenidos afectados. Todo iba bien hasta que llegué al inventario de los recursos. La mampara (o bambalina, o como se llame) no es demasiado problema, la ventaja de estar en una escuela técnica es que los profes de taller fabrican cualquier artefacto de hierro o madera en poco tiempo. Lo difícil pasa por los títeres. No tengo idea de cómo se fabrican ni con qué materiales. En este momento bajé varios documentos para aprender un poco. Aunque mi capacidad manual es nula, al menos podré contribuir como teórico a que manos más habilidosas se ocupen.
La otra dificultad es específicamente literaria: la primera obra que se me vino a la cabeza fue Los títeres de la cachiporra, de García Lorca, una comedia genial que leí en mi primaria, pero descubrí que -contra lo que dictaba mi memoria- no sólo tiene pocos personajes, sino que son más de veintitrés, con todo lo que eso implica (el elenco estable no pasa de quince alumnos, y fabricar esa cantidad de marionetas nos convertiría casi en una fábrica titiritera).
Si alguien puede tirar un salvavidas (no de plomo, sino de madera-goma espuma) con información sobre el armado de los muñecos o con obras teatrales más viables, harán muy felices a este náufrago de la poesía que llegó, semidesnudo, a la isla de los títeres vivientes.