Revista Cultura y Ocio
Pronto me voy a jubilar y ya sé que lo echaré de menos. Voy a notar la falta de alumnos a los que explicar algún experimento, mostrar algún aparato didáctico o practicar un poco con el aparataje del laboratorio. Sí, recuerdo con nostalgia el trabajo de instalar desde cero un laboratorio escolar. Me tocó hacerlo un par de veces, una de ellas en el colegio "El Madroño" y al cual pertenece esta foto que tiene ya 39 años. Pero también las tareas de mantenimiento, el curiosear con el instrumental, el elaborar proyectos para su uso y aplicación en la actividad escolar.
Algunos proyectos fueron aprobados pese a la redacción "un tanto novelada" que impuse a los rutinarios procedimientos. Casi todos aquellos laboratorios exigían, como muchas otras actividades escolares, un trabajo invisible, un tiempo no asignado; es decir precisaban voluntarismo, ganas y afición. Se solía comenzar por elaborar unas normas o adaptar algún catálogo ya existente. También había que clasificar y reordenar el material, etiquetar, adquirir productos, construir sencillos aparatos... Por supuesto debías aprovisionarte de un buen número de fichas y actividades adecuadas a los alumnos. A veces teníamos acuarios, terrarios, colecciones de minerales... en fin, toda una serie de actividades que exigían continuidad y dedicación.
Muchas veces he visitado centros en los que "fui profesor de laboratorio" y siempre, si me es posible, intento visitar aquel aula que ordené y decoré con cariño. A veces siento una leve emoción al encontrar mi letra en las etiquetas, las letras polvorientas troqueladas por mí hace años colgadas aún en alguna pared o algún aparato realizado con los alumnos e indultado del expurgo pese al paso de los años. Siento pena por los maletines semivacíos, faltos de piezas perdidas en el trajín de la actividad escolar. Miro amorosamente las colecciones de minerales, algunos de ellos recogidos personalmente en excursiones personales: Galena en Gredos, petróleo en La Lora de Burgos, cinabrio en Almadén, oligisto en la Cueva del Hierro, estalactitas en Atapuerca... cada piedra podría contar una historia.
Y también recordaré la ilusión y la fascinación que despertaba en los alumnos; aunque muchas veces me enfadara tratando de que controlaran su impulsividad y fueran cuidadosos. La mayoría de las veces mis alumnos fueron urbanitas, sin experiencias en la naturaleza, sin hábitos de observación y experimentación. Hacía siempre falta una preparación de años para que aprendieran a utilizar ese maravilloso espacio: bienaventurado el colegio que mantiene un plan a largo plazo en el uso y mantenimiento de este espacio.
Yo concibo este recinto como laboratorio y museo. Un lugar donde mostrar la ciencia y donde trabajar con ella. No entiendo la actitud generalizada de "fabricar, usar y tirar" que se tiene en la mayoría de los colegios hoy en día. Pienso que se debería dedicar un espacio a materiales elaborados en los años anteriores y cuyo uso en el día a día harían las Ciencias Naturales muchos más interesantes.
Y, remontándome en el tiempo hasta la lejana edad de mi niñez en el Liceo Castilla de Burgos unas líneas para expresar mi nostalgia por aquel laboratorio amorosamente mantenido por el hermano encargado: un lugar mágico lleno de animales exóticos disecados, minerales de extrañas texturas y colores, coloristas tableros de mariposas, ofidios ovillados en tarros de formol, extraños y fascinantes aparatos... Aquel laboratorio abrió mi mente al mundo rico y fascinante de las ciencias naturales. Gracias le sean dadas.