Alexander J. Cassatt y su hijo
Mary Cassatt (1884)
Mis achaques continúan. Que nadie se piense que una triste fiebre o un simple constipado se pasan así como así. No siempre. O nos creemos invencibles o las presiones externas hacen que queramos pensar que con un poco de medicamento en vena ya podemos hacer nuestra vida. Pues no. Mi triste fiebre y mi simple constipado se convirtieron en unas placas de pus en mi garganta que llevan amargándome desde el miércoles pasado. Sin comer, sin dormir, sin hablar.
Me perdí las jornadas de Obstare a las que tenía una ilusión terrible de ir y conocer en persona a algunas de vosotras. Me he pasado el fin de semana tirada en el sofá y me he perdido el poquito tiempo que tengo a la semana de disfrutar de mis pequeños, de mi familia. Me escribió una muy buena amiga y me remarcó que le parecía dificilísimo estar enferma con dos niños pequeños. Sí. Es difícil. Pero cuando esos niños tienen el padre que tienen, no ha sido tan difícil.
Hace mucho tiempo, antes incluso de tener a mis hijos, que sé que la persona con la que decidí pasar el resto de mi vida estaría a las duras y a las maduras, en la salud y en la enfermedad. Los niños saben que he estado enferma pero el entusiasmo con el que los ha tratado su padre ha compensado mi ausencia.
Es en estos momentos cuando el movimiento se demuestra andando o como dice siempre mi madre, pruebas son amores y no buenas razones.
Así que hoy más que nunca estoy más convencida, si cabe, de la elección que hice hace muchos años ya.
Feliz día del padre a todos esos padres que también se preocupan por su familia, que cuidan de los suyos, que los quieren, los aman, los miman, trabajan, se enfuerzan, luchan, porque la vida tenga un verdadero sentido.