Cuando el salario es bajo y se invierte en jamón ibérico se gozará durante unas horas y se pasará hambre todo el mes, como ocurre con la insostenible burocracia española, que malgasta lo que necesitamos para comprar la comida diaria.
El Gobierno acaba de recibir un proyecto que sus redactores definen como histórico porque cambia la estructura de los impuestos a los ciudadanos.
Una reforma fiscal propuesta por un equipo de expertos dirigidos por el profesor Manuel Lagares, heredero de Fuentes Quintana y, aunque vinculado a reformas fiscales del PP anteriores, es respetado por el PSOE.
Sólo otros expertos pueden analizar los 444 folios elaborados por Lagares y otros hacendistas e inspectores de hacienda, que presentan 125 propuestas y 270 cambios tributarios.
Pero, según los primeros análisis de esos otros especialistas, parece que el proyecto responde a la teoría de los vasos comunicantes; se trata de recaudar lo mismo, incluso más, haciéndole pagar menos a los de menores ingresos, y también menos a los que más ganan.
Es decir, que si les reducen los impuestos a los de arriba y a los de abajo, pero los gastos burocráticos siguen siendo los mismos, habrá que compensar el presupuesto quitándole lo que falte a quienes están en mitad de camino, seguramente a usted, que lee esta crónica.
Porque observe el griterío patriotero que surge cuando se trata de reducir el sueldo o el número de amigotes enchufados, o diputados autonómicos, innecesarios porque estamos bajo legislaciones y mercados ya no españoles, sino europeos.
Si no se reduce drásticamente primero la estructura político-burocrática del país, sus despilfarros, miles de triplicidades, oficinas y cargos superfluos que se comen todo ibérico y caviar que ven, además de hacernos pasar hambre, nos tirarán como a limones ya exprimidos.
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