Nuestro refranero cuenta con un montón de dichos sobre el amor, a mi parecer, cada cual peor que el anterior: “Del amor al odio sólo hay un paso”; “Donde hubo fuego, cenizas quedaron”; “Quien bien te quiere, te hará llorar”; “El amor es ciego”; “Hay amores que matan”; y el que hoy nos ocupa: “Los opuestos se atraen”.
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¿Pero y esto qué quiere decir? ¿Somos imanes? ¿Y cuál soy yo, el polo negativo o el polo positivo? Porque luego, como siempre, el refranero te hace la trampa y te viene con una contrariedad como “buscar a la media naranja” o “Dios los cría y ellos se juntan”.
Casi mejor que nos olvidemos de los imanes y del refranero y nos centremos en la Psicología.
Cuando hablamos de que “los opuestos se atraen” nos planteamos la siguiente hipótesis: cuantas más diferencias existan entre dos personas, mayor será su atracción. Dicho así, el asunto pierde bastante gancho y, si os paráis a pensarlo, parece tener mucho menos sentido que cuando recitamos el conocido dicho. Sin embargo, este pensamiento estereotipado está muy arraigado en nuestra sociedad, y así lo señalan algunas investigaciones, como la de McCutcheon (1991), cuyos resultados señalaron que el 77% de los participantes consideraban que las personas más parecidas se encontraban menos atractivas entre sí, ya que eran más monótonas y aburridas y, por tanto, eran los opuestos los que se atraían.
Desde el ámbito de la Psicología, diversas aproximaciones señalan justo el fenómeno contrario; la atracción que sentimos por otras personas viene determinada por los puntos de encuentro, por las semejanzas que existen entre unos y otros. Por ejemplo, desde la perspectiva conductista, la elección de la pareja tiene su base, por supuesto, en el condicionamiento operante; la atracción irá en función de los beneficios que nos reporte, es decir, cuando las conductas de uno se vean reforzadas por las del otro, y viceversa. Para que este intercambio de reforzadores tenga lugar, deben estar presentes una serie de variables que lo faciliten, como son:
- Características culturales comunes: La edad, el nivel educativo, la clase social, la ideología, la religión, etc.
- Semejanza en actitudes, creencias y valores personales: Descubrir que la otra persona comparte actitudes y valores refuerza nuestro propio punto de vista.
- Rasgos de personalidad comunes.
- Atractivo físico: Curiosamente, no sólo nos sentimos más atraídos hacia personas con apariencia física agradable, sino que solemos elegir parejas cuyo atractivo físico sea similar al que consideremos que poseemos nosotros mismos. Es decir, también existirían similitudes en el caso de la apariencia física entre las personas.
- Posibilidad de contacto social y proximidad física: Vivir en el mismo sitio facilita que el contacto entre las dos personas sea frecuente y, a su vez, el contacto frecuente facilita el descubrimiento de puntos comunes.
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Entonces, ¿de dónde proviene la idea de que son nuestras diferencias las que nos hacen atractivos los unos a los otros? Pues bien, más que de diferencias o de polos opuestos, lo más adecuado sería hablar de complementariedad. Todos y todas tenemos ciertas necesidades y deseos que, a través de nuestras relaciones interpersonales, buscamos satisfacer. Si nuestra pareja es 100% igual que nosotros, un clon exacto de lo que somos, además de ser muy aburrido, nos impediría aprender, sentir y vivir cosas nuevas, en definitiva (y paradójicamente), desarrollarnos como individuos. Por lo tanto, en este sentido, un factor determinante de la atracción interpersonal es que las necesidades de uno y otro sean complementarias entre sí.
En conclusión, no podemos hablar en términos absolutos en cuanto a qué es lo que nos atrae en la posible pareja. Es indudable que necesitamos encontrar puntos en común que creen vínculos, que nos hagan sentir cerca de la otra persona, pero también es fundamental que existan ciertas diferencias, no irreconciliables, sino complementarias. Eso sí, una cosa está clara: Ni somos imanes ni tampoco naranjas a medias.
Referencias
Jaén Rincón, P. y Garrido Fernández, M. (2005). Psicoterapia de parejas. Madrid: CCS.
Jiménez Burrillo, F. (1981). Psicología social. Madrid: UNED.
McCutcheon, L. E. (1991) A new test of misconsceptions about Psychology. Psychological Reports, 68, 647-653.
Newcomb, T. M. (1961). The acquaintance proccess. Nueva York: Holt, Rinehart & Winston.
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