Revista Opinión
Marcus Tulius CICERO, teorizador de la elocuencia romana
Autor de la RE PUBLICA y de CATO MAIOR DE SENECTUTE – DIÁLOGO DE LA VEJEZ. Trata de cuestiones éticas: la religión, la política y la moral. Es ecléctico
Uno no es de piedra. Todo lo contrario, está hecho de una dolorosa carne que sufre insoportablemente.
De pronto, un día, te contemplas demasiado cercano a la muerte porque te das cuenta que ya no es sólo la edad, que es mucha, sino que, a tu alrededor, se han ido muriendo no sólo los amigos, ay, sino también los enemigos, de modo que te sientes muy solo, demasiado solo.Mi problema, no sé si será también el de los demás, es que he tenido, y tengo, muchos más enemigos que amigos, debe ser cosa de mi carácter. No soporto la mentira, y el mundo y la vida, en su mayor parte, son una detestable farsa. Pretendo la justicia en un mundo que es esencialmente injusto, de modo que voy por él, como dicen algunos, molestando a la gente a diestro y siniestro, no desfaciendo entuertos sino originándolos. También he descubierto, tarde pero, al fin, que los molinos de viento ya no existen, que sólo hay ya gigantes maléficos, que aquéllos se derrumbaron, desaparecieron empujados por algo que hemos dado en llamar progreso pero que no es tal, porque cada día que pasa no hacemos otra cosa que regresar. Porque no creo que haya nadie que no sepa ya que lo que llamamos futuro no es más que regresión.Y, de pronto, he descubierto, cuando me queda ya tan poco, el inmenso valor de la palabra. Durante mucho tiempo no es que dudara de ella, es que la aborrecía. Escribí larguísimos textos denostándola porque me parecía que no era sino el instrumento de la perversión, que históricamente había aparecido para que unos hombres engañaran a otros. Y esto fue verdad. Pero la vida ha resultado un fluido milagroso capaz de convertir el agua más insípida en el mejor de los vinos y, aquí. me hallo, ahora, degustando lo único que ya puedo disfrutar.Porque se me han escapado, entre mis viejos dedos, casi todas las cosas. El sexo apenas es ya un misterioso recuerdo, la inmensa belleza de las mujeres sólo la percibo ya como ésa que existe en los mejores lienzos y el vino, cuando me atrevo a beberlo, me destroza el estomago. Y las rosas, ya sólo las contemplo, no consigo percibir su perfume. Esto, ni más ni menos, es la vejez y entonces no tengo otro remedio que recordar a aquel viejo sabio romano que escribió aquello de “etenim, cum complector animo, quattuor reperio causas cur senectus misera videatur”, sólo que creo que el clásico se quedó muy corto, porque yo, cuando pienso en ello, hallo muchas más de cuatro cosas por las que la vejez me parece miserable.Pero, también de pronto, salta la chispa de la vida, y no es el champán más o menos francés, sino aquella palabra que tanto denosté. Desde la lejanía inalcanzable de sus vidas, una señora anónima y un amigo eterno acuden al rescate de este viejo irredento con el abrazo confortante de un elogio totalmente inmerecido:“ Anónimo dijo...Soy mujer, defensora de los derechos de hombres y mujeres, y creo reconocer en algún escrito suyo, su desprecio a mi expresión escrita (no hacia mi persona, pues usted jamás vio mi cara). Tras este preámbulo, que considero necesario y, haciéndole constar que algunas veces solo puedo leer en su blog algunas páginas de un infierno interior, he de reconocer que su escrito de hoy es digno de las más altas letras. Y, si de algo le sirve mi humilde opinión, le diría que si usted emplease la capacidad para el arte de la escritura que, por naturaleza posee, y olvidase el inútil regocijo que puede proporcionarle el baño en asuntos de zafio glamour, haría un gran favor a la buena literatura, y a cuantos nos gusta gozar de ella.Sin más, y anónimamente, porque anónima soy, le saludo.
17 de enero de 2011 14:07
Fernando Mora dijo...Un grandísimo texto sin duda..., para variar.
17 de enero de 2011 23:21".Tal vez muchos de ustedes piensen que traer a aquí estos textos es una suprema muestra de una estúpida soberbia. Tal vez, quizá. Pero estos pequeñísimos detalles son ya las únicas alegrías que un viejo desahuciado puede permitirse. Perdonénselas.