I magino que reprimiendo las ganas de propinarles unos guantazos, agentes del orden detienen a una pareja de valencianos por abandonar en plena calle una boa de Madagascar. Los detenidos, que no juntan tres neuronas, se cansaron de decirle al animal 'cuchi-cuchi' sin lograr más que un reiterado y asfixiante enroscamiento. Les deseo que no fuese el juez de guardia quien se topara con ese bicho agazapado en el garaje, porque se rumorea que los trabajos forzados en Madagascar son de considerable dureza.
Por su parte, dos ciudades andan a la greña por una competición al máximo nivel. ¿Sanghái y Nueya York, disputándose la hegemonía del comercio transoceánico? No: Gijón y Oviedo por un partido de fútbol. Los equipos de ambos poblachos discurren mortecinamente por 2ª división. Pues bien, hinchas de uno y otro graderío amenazan con peleas y disturbios, de modo que autoridades y directivas 'negocian' cómo contener el barullo. ¡Por un partido de fútbol paralítico! No tengo ni que ponerme en plan Bolsonaro para zanjar el litigio: queda suspendido el partido y, si los cafres no dejan de hacer el cafre, quedan disueltas ambas sociedades 'deportivas'. Se las tacha del registro y que vean los partidos por cable.
Con tanta televisión, sorprende lo gorda que es la legión de tontos en furioso combate contra el sentido común. Parecería la tele un buen instrumento en favor de la instrucción pública, pero funciona más bien como somnífero de masas y como escuela para friquis por imitación. Mira que hay programas de albañilería insensata, enfermedades raras, chatarra puntiaguda, viajes peligrosos, monstruos de río, desastres quirúrgicos, asesinos en serie, etc, llenos de magníficos consejos para una vida más sana y larga. Pues nada: culebras sueltas y paraguazos en el fútbol. ¿Qué hacer, ante tales desmanes? Se me ocurre, dado que el tránsito a la adultez parece lentísimo, que la TV programe a todas horas 'Barrio Sésamo' y 'Pippi Calzaslargas'.
En Ohio, con un grave problema de salud pública llamado obesidad, han observado que conviene almorzar en casa más que fuera (esto parece obvio), pero especialmente cuando toda la familia sabe cocinar, acaso porque así degluten menos bazofia precocinada. Habrá partidarios de emitir más programas de cocina, siquiera estrujándose el coco para hacerlos menos plúmbeos, que hasta Arguiñano se ha pasado al enemigo y anuncia pastillas de saligrasa. Sin embargo, a mi sarcástico juicio, sería más eficaz programar 'Mi vida con 300 kilos', con los desvelos del pobre doctor Nowzaradan para rebanar faldones métricos. Me pregunto si bastarán 18 horas al día, viendo una y otra vez cómo esos corpachones zampan calderos de helado, y dejar las otras seis horas para capítulos de 'Ciencia de la estupidez', donde explican la física del estallido testicular por golpearse contra una barandilla que, en efecto, era demasiado estrecha para el monopatín.
En viajando por el mundo, no es raro ver a congéneres dispensando un trato agrio y soberbio a guías turísticos, azafatas y camareros. Si una tormenta impide despegar el avión con seguridad, ahí está el soplagaitas de turno, invocando sus 'derechos'. Si por una nimiedad hay que cambiar de hotel, o regresar un día más tarde, ahí vuelve el mangarrán de la gaita, vociferando desencajado y jaque... contra el más débil. Pues tengo visto que el mismo fulano, cuando lo retienen los agentes aduaneros de USA, un suponer, se achanta corderamente y sus derechos le escuecen menos.
Para ese perfil psicológico no hay mejor programa que 'Forjado a fuego'. Herreros de la América profunda tienen que fraguar armas blancas de diversa peligrosidad, soltando imprecaciones y jadeando como perros bajo un sol almeriense, mientras los jueces van exponiendo intríngulis técnicos. No me gusta el programa por la termodinámica del acero ni la preservación del filo al rebanar chuleteros, sino por el proceso de eliminación hasta que un solo opositor se lleva el premio. Me gusta constatar que la decisión del tribunal es siempre justa. (Digo siempre y subrayo que es tan motivada como justa, siempre.) Pues todavía es mejor el chocante y muy pedagógico detalle de que todos los descartados, sin excepción, aceptan el fallo deportivamente.
Hay que ver a esos morroscos de Dakota yéndose de vacío con el máximo respeto al jurado. Sin excusas tontas, sin desplantes ni recriminaciones, sin amenazar con enviar a los padrinos ni cagarse en los muertos del presentador; enternece ver a esos armarios peludos, al borde de la lipotimia o las lágrimas, pero jamás echando la culpa al empedrado, ni mucho menos acusando a los jueces de tongo. Hay que investigar cómo enseñan en las escuelas de lo hondo de Oklahoma, porque aquí saldremos más finolis, pero en cuanto a deportividad no hay árbitro que nos ponga freno.