Me levanté con hambre de acontecimiento, de romper la rutina enloquecedora del miedo a morir, del abandono, del aburrimiento. De todas esas cosas que van reduciendo las energías vitales y que son especialistas en hacerte perder el sentido de la vida con suma facilidad. A los cincuenta años me sentía de veinte y a los ochenta, me siento de ochenta. Dónde quedaban mis energías del riesgo, del cambio, del desafío, del humor, del devenir ruso con que alimentaba los romances de otras épocas. De jugar siempre por los bordes, por los laterales, como un “anómalo” diría Deleuze. Ni perro ni lobo, solo entre perro y lobo. Inasible. Caminando distraídamente encontré una iglesia metodista, creo que eran cristianos evangélicos. En Latinoamérica son famosos por sus intervenciones sanadoras. Son sanaciones particulares y siempre espectaculares, su mayor mérito es que singularizan mucho a las personas (Qué tal, Cata, ¿cómo anda de su rodilla? ¿Le duele menos? No se olvide de tener un poco de paciencia cristiana y llegará pronto su curación… y al otro día: Cata, ¿cómo va eso? Mucho mejor, doctor, mucho mejor. Un poco de paciencia nada más. Hasta el jueves, Cata. Hasta el jueves, doctor), especialistas en crear vínculos posibles, personales. Ser reconocido como paciente singular, nunca anónimo. Caminaba hacia casa y tomaba un taxi. Feliz. Había elegido la fecha (Quiero morir a los 101 años). Tiene que firmar aquí y léase bien el prospecto, las indicaciones y después vuelva. Tómese tiempo y reflexione, no deje de leer la letra chica. Fue una decisión adrenalínica. De otras épocas. De otras voluntades. Tuve miedo. ¡Qué bueno es tener miedo, hace mucho que no lo sentía! Me sentía joven. Sin el miedo no hay cambio, pensé. El miedo de los afectos alegres, aventureros. Al llegar a la puerta de casa la encontré a Susy. Una pequeña extrasístole. Me dio pavura, tengo terror a la muerte pero ya estaba jugado, 101 era mi fecha. ¿Qué te pasa, te sentís mal? Quierodecírteloavosprimero, elegí morir a los 101 años. ¡Qué horror!, dijo Susy, quién te aguanta a vos a esa edad, sos loco ¡querés matarnos a todos! Aquí tengo el prospecto del templo evangélico “Muerte anunciada”, tienen casos de 103, 98, 78 y 84 años. Con seguimiento médico y social. Pero ¿de dónde sacaste esa fecha, esa edad tan incómoda? Lo vi a Kirk Douglas por TV, el padre de Michael, es un viejo pintón a los 100 años… ¿vos no lo viste nunca? ¿Y las válvulas y aparatos que tiene el cuerpo? Sacale el frac y tiene el cuerpo enchufado a otros aparatos. ¿Y el bocho? ¿Cómo sabés si reconoce a alguien? Es un aparato viviente enchufado a otras sondas y válvulas uretrales. Y a vos, si te falla la memoria a los 80 ¡a los 100 no te van a quedar ya arterias cerebrales! Te vas a cagar y mear encima todos los días, de sólo pensarlo me da terror y un poco de asco. Yo acá no te puedo tener, no tengo la infraestructura de la familia Douglas, andá pensando. ¿Vos no vas a estar a mi lado? ¿Me vas a abandonar? ¿Y mis hijos no pueden turnarse y acompañarme? Tus hijos van a ser viejos, a esa edad los viejos no pueden cuidar a otros viejos. La clase baja es más piadosa, en nuestros centros evangélicos de Mataderos, Pompeya, Soldati y Lugano la gente es más solidaria, más bondadosa, más simple, menos especulativa. Mirá lo que dice en el prospecto: “Lo acompañaremos hasta el 2035, la fecha de sus 101 años. Cinco años antes de su fecha de muerte puede ingresar a nuestra institución, casa, comida y baño privado y todo sin pagar un peso. Solo por el amor a Dios”.
Recordé entonces la única duda que tuve en el centro evangélico. Mientras yo estaba leyendo el prospecto, un tipo de unos 70 años se acercó y me dijo “no firme, señor, no firme. Después no lo dejan morir. Tienen un equipo médico que no lo va a dejar morir tranquilo. Son los mejores especialistas del país que vienen contratados con instalaciones modernas de última generación. La guita les sobra. A mí a los 70 (yo había firmado a los 75 como fecha elegida) me sacaron la próstata dos veces, quedé limpio para toda la vida pero también quedé solo, la patrona vino cinco veces, ni vino a la operación. Dos meses después conoció a un jubilado en San Telmo y se casó con él. A veces me manda saludos por una hermana de un médico con quien fueron al colegio juntas. Yo me siento atrapado, ahogado, quiero morirme todos los días, pero ellos no me dejan. Quieren cumplir con el contrato. Tengo tanta vitamina encima que peso veinte kilos más que cuando llegué. No firme, señor, va a perder su dignidad. Basta de fechas anticipadas” y salió corriendo por un corredor donde un enfermero gritaba “Cuidado con Carranza”, así se llamaba. “Métanse en los cuartos por favor, es peligroso, no salgan.”
Susana me miró largamente, mientras rompía los papeles muy despacio y mirándome a los ojos me dijo: “A las diez empieza la novela, vamos a la cama, viejo, y déjate de joder. Yo te voy a cuidar hasta tu último día. Ahora intérnate conmigo, mi amor”. Y me dio las manos y me metió en la cama. Yo estaba con más endorfinas que nunca y sobre todo estaba feliz por la aventura, por el riesgo de otras épocas. Muy feliz.