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Los mandamases independentistas catalanes consideran a su propio rebaño de votantes como una manada de medio lelos, de infantiles y de débiles mentales.
Tal consideración debe ser realmente profunda, porque en la ANC, la Asamblea Nacional Catalana, uno de los órganos de dirección y propaganda del independentismo que defiende los intereses de la familia Pujol y su kilométrica ristra de advenedizos amigos del delito, ha puesto en marcha una iniciativa que es administrada por uno de sus departamentos de nombre más chocante: “Psicólogos por la Independencia”.
Los psicólogos responsables de ese curioso departamento han ideado unos talleres de atención a los independentistas que puedan sentirse afectados por “el desgaste emocional en un contexto marcado por la represión del estado español”. Semejante mensaje, que parece dicho por un híbrido entre vendedor a domicilio y echador de cartas de tarot de programa de madrugada, define perfectamente al paciente tipo para este tipo de atención psicológica: un verdadero idiota.
Idiota, porque hay que serlo mucho y con dedicación para sentirse de ese modo viviendo en una región que siempre ha recibido trato de favor desde el Estado. El mito de una Cataluña más próspera que el resto de España por méritos propios cae por tierra desde el momento en el que cualquiera puede estudiar la historia de la región, su economía y su política de los pasados siglos. Aunque, en esta época en la que a la mayoría de la gente no se le puede pedir que lea 10 líneas seguidas sin que salga corriendo a ponerse frente a la pantalla para amodorrarse viendo Telecirco y sus realities, tampoco es necesario profundizar mucho en las materias antes referidas. Bastaría con repasar la trayectoria política de Cataluña y, por extensión, de toda España desde la Transición hasta el día de hoy-y no digamos ya si se ha vivido en Cataluña durante los años suficientes-para comprender que el independentismo siempre se ha comportado y se comporta como la peor de las garrapatas. Chupando la sangre del huésped sin ofrecerle otra cosa a cambio que no sea una infección galopante.
¿Qué desgaste emocional podría sufrir un catalán cuya propia región siempre ha sido favorecida desde el centralismo estatal desde hace siglos?
¿Qué perturbado podría creer que sufre represión desde el estado español mientras puede usar la lengua catalana incluso en detrimento del español?
¿Qué clase de estúpido podría llegar a creer que es discriminado en España, cuando en Cataluña la discriminación la sufren los hispanohablantes no solo desde las instituciones autonómicas, también desde el propio ambiente civil independentista?
¿Qué tipo de indigente mental sería capaz de asegurar que hay represión cuando tiene la libertad total de votar, incluso a favor de los partidos legalizados que pretenden desmantelar España en pedazos?
¿Qué anormal sería capaz de lloriquear como un simple quejándose por sufrir represión en una comunidad autónoma en la que se organizan manifestaciones, cortes de carretera y disturbios ante la mirada huidiza de unos gobernantes y la aprobación prácticamente nazi de otros?
¿Qué especie de hipócrita se dolería de una supuesta represión españolista, cuando seguramente él aprueba que los hijos de los no independentistas estén señalados en los colegios, que los universitarios no independentistas sean perseguidos y acosados en las facultades, y que cualquier catalán constitucionalista sea tachado de fascista por los que usan todo tipo de violencia para imponer su particular fascismo?
La respuesta a la primera pregunta es sencilla. Desgaste emocional ninguno. Se trata simplemente mantener una actitud infantil y lloriqueante ante un problema que el propio independentista ha ayudado a crear votando a los grupos políticos responsables de todo lo que sucede en la actualidad en Cataluña.
Y la respuesta a las preguntas posteriores es más sencilla aún. Solo se comportaría de ese modo un independentista catalán, desde la ultraderecha racista pujolista hasta la ultraizquierda terrorista de los CDR.
La cúpula del independentismo Catalán es sabedora de que lidera a una enorme recua de cabestros educados en el odio nacionalista y en el victimismo lastimero durante generaciones. Es precisamente por eso que cuando sus voceros piden dinero para mantener a los fugados que bien viven por Europa, los cabestros lo ponen. Cuando hay que engordar la caja de resistencia porque el dinero robado a los españoles ya flaquea, los cabestros la engordan con donaciones. Cuando se trata de movilizar a la gente para que vaya a hacer el tonto a los juzgados, presentando escritos de auto inculpación para intentar colapsarlos, los cabestros se auto inculpan. Y cuando un grupo de psicólogos, que posiblemente no podrían vivir de su trabajo en el mundo real y se enrolan en la Asamblea Nacional Catalana, deciden hacer méritos ante quienes están hundiendo a Cataluña en la miseria, se les ocurre que la recua de cabestros lazis puede caer en depresión porque España es malvada y la independencia no llega, se sacan de la chistera una terapia cuyos objetivos son, literalmente:
Ayudar a “combatir el desgaste emocional en un contexto marcado por la represión del estado español”.
“Ofrecer información para que cada participante la aplique según su vivencia y realidad”.
“Reconstruir conjuntamente” su “relato para resituarse y tomar perspectiva”.
Hablar de la gestión “emocional del cambio y reflexionar” sobre cómo les han afectado “todos los eventos”.
Y es de esperar que los cabestros acudan a la voz de su amo para ser reeducados nuevamente en una ideología tan supremacista como victimista, al tiempo que sus “psicólogos por la independencia” se llenan más aún los bolsillos a costa del contribuyente y de las donaciones de los propios cabestros.
En un anterior artículo de octubreplanteé al lector una realidad que en Cataluña solo aprecia quien no esté zombificado por el independentismo y sea capaz de razonar más allá de los límites que imponen el pujolismo de ultraderecha y el ultraizquierdismo que abanderan formaciones como ERC y las marcas blancas del Podemos tocadas de barretina. Fuera de ello no existe nada para los independentistas, excepto el vacío ideológico, ético y moral que les permite actuar sin remordimientos ni conciencia a la hora de llevar a la ruina a Cataluña y de esperar lo peor a los catalanes que huyen del pensamiento único impuesto desde el Parlament y el Monasterio de Montserrat.
Sí. Los independentistas conforman una sociedad zombificada por un nazismo con tintes de bandera barrada y estelada. Y ahora, por añadidura, tales zombies pueden ser depresivos. El absurdo casi absoluto.
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