En un tiempo y espacio común, se suscitan acontecimientos personales que nos abisman y quitan la respiración por los peligros reales e imaginados. Sin embargo, es necesario el control emocional ante las sensaciones disparadoras, que hacen que la adrenalina y la razón se conviertan en acciones. Ya es 28 de julio, fecha muy significativa porque es la Fiesta Nacional de la Independencia de mi amado Perú. También es el cumpleaños número setenta del Comandante Eterno Hugo Chávez Frías, las elecciones en la República Bolivariana de Venezuela y, además, la presentación de mi libro Temblores del viento, en la Fiesta Nacional de la Lectura 2024, en la Antigua Aduana de Costa Rica.
A las tres de la mañana, arreglo mi mochila, desayuno, le doy comida a la gata, escojo la ropa y los libros para ir al trabajo, en el stand 26 de la Asociación Costarricense de Escritoras (ACE) y contacto con las amistades y familiares que hace dos horas están en las calles para participar en las elecciones presidenciales. Conversamos en torno a las elecciones presidenciales en su edición número 31 y realmente espero que el espíritu rebelde y la fiesta democrática reinen en una participación sin guarimbas. Vuelvo a pensar en las polarizaciones, las dualidades del bien y el mal y la creación de fanatismos, odios y sabotajes.
El diálogo siempre es el eje fundamental de la horizontalidad, el sentarse con las diferencias y reconocerse por causas justas y bienhechoras para la mayoría del país. Son los puntos de vista diferentes los que nos alimentan, en vez de quedarnos en el mismo lugar al percibir a los contrincantes como enemigos. Las diferencias siempre existirán, pero escucharnos y llegar a acuerdos hace posible gobernar un país. No se trata de promesas, ese «síndrome de promesas históricas» que se olvidan y nos llevan de vuelta por un túnel sin salida, en el que cada contrincante de un bando se cree dueño de la verdad.
Las opiniones son subjetivas y las verdades científicas son datos, números estadísticos que se tienen que aceptar. En democracia, se acepta al ganador. Son realidades elementales.
Creerse dueño de la verdad, sin respetar acuerdos, es el caldo de cultivo de la violencia, el desprecio y la desconfianza, que horada la convivencia. Todas y todos somos útiles en la reconstitución del país y el diálogo constructivo siempre es la base del discurso.
Siento que transcurre un día larguísimo, bajo el tibio cielo tropical, e imagino la noche todavía más larga hacia el lunes 29. Marcho a mi trabajo con recuerdos de haber luchado desde los ochenta para lograr un cambio político. Viví marchas estudiantiles, golpes, incendios, desapariciones, quema de amigos, los famosos “miguelitos”, fui testigo de mesa y las participaciones en medio del tránsito violento, el horrible odio de la derecha racista a los que piensan diferente… Ahora, marcho aquí, en Tiquicia, por un mundo mejor, ante ese odio de mis colegas docentes de la UDO y el bullying a mi familia…
Asociar el chavismo, el socialismo y el comunismo con la ignorancia o gente del mal, con «comeniños y ateos», nos hizo «la vida de cuadritos». Ser migrante sureña en la Venezuela petrolera me hizo sentir que se les negó a los aborígenes el alma y la riqueza cultural. Me forjé luchando contra el desprecio y buscando el entendimiento de las diferencias. Fuimos «las sureñas de la UCV», más que resilientes, esas que íbamos «con todo». No sabía que mis amores se gestaban en la lucha en otras zonas urbanas, en las oratorias en los pasillos con Alí Primera, en el grupo Ahora, las pancartas, la poesía revolucionaria, la danza y el teatro callejero, que hacíamos en resistencia a la carnicería militar en Lima. Éramos «terrucos» y «terrucas».
Siempre hay que dialogar para desalambrar. Los enemigos no somos nosotros ni nosotras. Somos el mismo pueblo con enemigos imperialistas.
Las acrobacias en el discurso de la vida nos llevan por derroteros inesperados. Voy un domingo inolvidable al trabajo por la Fiesta Nacional de la Lectura y con cuidado atravieso el Parque Nacional. De repente, aparece un habitante de la calle —drogadicto, amanecido con hambre y ansiedad—, todo es un verde solitario, pero no soy la Caperucita. El tipo me persigue, todavía pienso en hablar con él, pero está «engorilado» y es imposible dialogar. Corro y corro, rogando que aparezca un carro, un ser humano, un negocio, pero es un domingo en la mañanita. Sin embargo, me repito que no voy a rendirme. Hago acrobacias y deseo abandonar la mochila, pero ahí están mis libros. Acelero más a través de ese verde arbóreo que he recorrido por cinco años y voy directo a la acera. Entonces, aparece un policía en bicicleta que me auxilia.
Llego a las diez y cuarto al trabajo y voy directo al baño a sorber mi termo de yerbas. Llaman para la presentación de mi libro de poesía Temblores del viento y, precisamente, estoy temblando. Sin poder llorar, le digo a la bella Lucía que me dé cinco minutos. Me veo en el espejo y soy otra: la encargada del stand 26. Sigue el teatro: saludo a las chicas y doy orientaciones a Lorena, Nayuribes y Astrid, y les aviso que voy a presentar mi libro.
El poeta Ronald Bonilla, de la editorial Poiesis, se encarga de la presentación. Soy la única mujer en medio de cuatro escritores. Ingreso al portal mágico de la poesía, me embriagan sus lecturas y hablo de mi proceso creador y del amor. Sigo viva.
Me conmueve el ingreso de mi hijo con su esposa y al concluir la presentación. En medio de fotos y videos, me derrumbo. Mi hijo sabe que me cuesta llorar y me abraza. «¿Qué te pasa, mamá?», son las palabras más tiernas que me dirige. En sus brazos, le cuento del adicto que me persiguió. No les puedo acompañar al desayuno porque estoy trabajando y la chamba está muy difícil para las mujeres adultas…
Rosa Anca