Resiste mucho, obedece poco.
Walt Whitman
Descubrir el poder del cuerpo, el soma, como única nave material, nos brinda la conciencia de poseerlo y despierta el disfrute reconciliador con el alma, la psique y la energía.
Nada es más subversivo que el amor propio, vivir sin compañía, cantando y bailando todos los días. No se trata de una simple bailoterapia o un ejercicio de mindfulness de fin de semana. Son aperturas a percepciones, conciencias encarnadas en cuerpos, sistemas, órganos y niveles que se entrelazan al compás unísono de la batuta. Nos sumergen en sensaciones, movimientos, sonidos internos, cambios hormonales, química sanguínea, digestión, vellosidades intestinales, macrobiota y neuronas. Somos amalgamas de sensaciones y percepciones procesadas de forma individual y colectiva, una orquesta interna y externa, acompasada o agitada con todos los sistemas.
La alegría subversiva de cantar Crazy little thing called love descoloca los cuerpos de hermanas, amigas y brujas que se rebelan en forma pasiva. A algunas solo les bailan los ojos, mientras sus pies y mentes permanecen congelados. Al notar movimientos, las instamos a «mover el esqueleto», liberando emociones y convirtiéndose en Dancing queens. No importan las críticas. Las bailarinas dicen: I will survive, aunque las juzguen, con frecuencia, tildándolas de tener una «vocación puteril» o de ser «mujeres de siete demonios».
La represión condicionada, la falta de disfrute del cuerpo y la falta de autenticidad nos llevan a invertir en drogas permitidas, un negocio redondo para la industria de la salud. Las «sobredosis de pastillas» ocurren sin explorar la etiología ni desmontar los condicionantes de patologías inducidas por el capitalismo.
Seguimos en la cuerda floja, mientras el dueño del circo marca a su ganado cómplice. La sororidad, aunque teorizada, se enfrenta a una misoginia macabra. Las mujeres «sufren» al encontrarse en aquelarres, rodeadas de escobas y pailas olorosas, celebrando alegrías insumisas. La desnudez creativa nos empodera como dueñas de nuestros cuerpos, destinos y entrañas. Vamos «sin fecha en el calendario» y «cuando las ganas se juntan», marcando renaceres. Las supuestas vírgenes del Caribe, esas diosas volcánicas, son de carne y hueso, y están cansadas de los altares. Preferimos estar tiznadas, ardiendo, viviendo la vida y aceptando el reto. Como dice Mario Benedetti en su poema No te rindas: vivir la vida y aceptar el reto, / recuperar la risa, ensayar el canto, / bajar la guardia y extender las manos, / desplegar las alas e intentar de nuevo, / celebrar la vida y retomar los cielos. / No te rindas, por favor, no cedas, /aunque el frío queme, /aunque el miedo muerda, / aunque el sol se ponga y se calle el viento, / aún hay fuego en tu alma, / aún hay vida en tus sueños, / porque cada día es un comienzo.
El canto de la poesía nos sana y potencia en «ámbitos celestes». A veces, hombres insanos persiguen a brujas en Costa Rica, como si hubiera renacido la Santa Inquisición. Grupos cerrados, caudillos, femicidas y psicópatas perpetúan asesinatos seriales y crueldad dosificada. Se valen de «musas» para hacer el trabajo sucio.
La injuria y la discriminación agotan a las escritoras. Algunas amigas prefieren la autoexclusión y el exilio. La realidad corrupta de resentidos sociales y liliputienses dañinos veta a mujeres librepensadoras y hombres cuatriboleados. No debemos ceder «ni un tantico así» en defensa de la libertad de expresión y la libre reunión. Es lamentable conocer la cultura del prebendalismo y la inercia mental, tan distante de la «suerte» de Virginia Woolf, Sylvia Plath o Anne Sexton. Comprender el proceso descolonizador de las artes y la cultura es un desafío constante.
Maga Quiroga dice en Santa Grial Sangría: Sabemos de amenazas veladas, / abiertas de seres o potes de humo / que no quieren vernos a la par, humanas. / Mal nacidos apuntan al corazón / y se les cae la dignidad al soltar demonios, / Insurrectas, a mucha honra. / No pintamos pajaritos preñados. / Alto vuelo en Punas. / Somos contestatarias, panfletarias, apasionadas / y los féretros de las que nunca hablaron / no descansan en paz. / Sus cuerpos tasajeados y troceados / arden libres en mujeres migrantes, / amuralladas, refugiadas. / Vuelan poderosas. / Nunca más la exclusión. / Vamos a revolucionar los rincones bailando / desnudas en las calles. / Retamos al machismo.
Me alegra que las hijas e hijos asuman ideologías abiertas y humanistas. También es reconfortante ver que escritoras, pasada la medianía de la vida, sean conscientes de sus prejuicios y culpas. Aprendemos a ser empáticas, como dice la canción: Girls just want to have fun, con nuestros cuerpos encarnados de multitudes, atravesados por miradas juiciosas que nos resbalan. Las dementes quejas de quienes no nos soportan fuera de la cocina no nos afectan.
La insania se ha apoderado de las interacciones y el modelo del presidente machista y narcisista alimenta a padrotes sementales en la volcánica Tiquicia.
Nuestra amada mater patria grande, soñada por Micaela Bastidas, Anapuya y Urimare, nos alienta. Las hermanas subversivas, las ancestras nahuas, quechuas y aimaras, practicaban el ayni (el bien común) y el allinllachu (estar bien en comunidad). Estos principios nos guían para volver al tinkunanchiskama (encuentro) con amor dedicado al colectivo.
El mito de la Costa Rica siempre igualitaria del «pura vida» se desmorona. La injusticia social, la exclusión y los atropellos a los derechos humanos son casi rutinarios. La violencia sádica y la crueldad hacia mujeres y grupos vulnerables aumentan con una insensibilidad «sorda, ciega y muda» que fermenta resentimientos. La democracia peligra y quizás un nuevo Bukele nos gobierne con el fuete al lomo y los castigos. Parece que la discriminación triunfa incluso en la Francia de la guillotina. Como dice el refrán, «Un corazón contento embellece el rostro, el cuerpo y la vida».
Rosa Anca