Revista América Latina

Psicosoma | Amor paternal

Publicado el 18 enero 2024 por Jmartoranoster

A Darío Anca I

La persona madura llega a la etapa en que es su propio padre y madre y tiene, por así decirlo, una conciencia materna y paterna.

Erich Fromm

Psicosoma | Amor paternal

 La dinámica familiar sigue siendo uno de los bastiones de la sociedad y, como toda interacción humana, está sujeta a vaivenes emocionales. Nunca se está exento de conflictos al formar parte de una familia. Es la impronta que llevamos al pasar a la socialización secundaria y responder con modelos, creencias, costumbres y un sinfín de condicionamientos psicológicos, sociohistóricos, culturales y de globalización.

Actualmente, la decisión de elegir ser madre o padre es una responsabilidad con sus respectivas consecuencias, así como el número y sexo de la prole, y las formas y métodos de crianza. Incluso las parejas del mismo sexo se someten a elecciones muy particulares.

Nos enfocamos en el modelo más clásico y tradicional, el de la pareja heterosexual, de clase media, con edad promedio de 25 a 35 años, profesional, que no desea tener descendencia por diversos motivos, que van desde traumas y enfermedades hasta condiciones políticas, económicas, desesperanza global, entre otras.

La realidad indica que el aumento de la población y los conflictos crean condiciones creativas para la supervivencia, como los emprendimientos increíbles, una juventud enamorada de la vida y las personas que se vuelven migrantes con sueños y esperanzas más allá de la muerte.

Muchas veces, el amor parental se sobrepone a guerras intestinas entre hermanos, que logran nuevos aprendizajes y resiliencias. En otros casos, el individuo se condiciona al maltrato, con saldo del chivo expiatorio o hija pródiga. Los tejemanejes no se aplacan ni con alianzas con la inteligencia artificial, aunque sería un bien necesario implementarla para decodificar y desmontar procesos —proyecciones, transferencias, contratransferencias, mecanismos de defensa…— que se enquistan y hacen metástasis lentamente, provocando el «cáncer del alma».

Los patrones de crianza se repiten en la descendencia. Por lo general, un padre orgulloso de su primogénito pretende, con autoridad, que aquel le herede en gustos y continúe lo que él no pudo concluir. Decía el poeta Goethe: «Es el buen deseo de todo padre el ver realizado en su hijo lo que en él falló; es como vivir la propia existencia una vez más, usando de la mejor manera las experiencias de la primera vida».

Esas expectativas generan resistencia al inicio, fugas, rebeldía, agresión, minusvalía, asistencia médica o psiquiátrica, ideas suicidas…

«El hombre de la casa», como padre ejemplar, disciplinado, está exento de ternura y solo pide que sus hijos sean mejores y no sufran. «Te amo porque llenas mis aspiraciones y porque cumples con tu deber», repiten en letanías. «Si le hemos dado de todo», «Si me sacrifiqué por mis hijos», «No quiero ver que mi único hijo agarre el mal camino…».

También está el otro extremo, el de los niños trabajadores y explotados por la madre, que ocupan el lugar del padre y son el «hombre de la casa». Recuerdo la Casa del Niño Trabajador, en Monagas, donde creamos «la hora del cuento». Las niñas salían a vender flores en bares, y los niños, maníes y tostones. En las psicoterapias, los cuentos nocturnos les ganaban a los de Sherezade.

En la primera entrevista familiar, el padre se comporta como una esfinge, mantiene dureza en sus gestos y evita contacto visual. Repite: «Yo no estoy loco», «He agotado el castigo físico, lo cuelgo como una piñata, y no me entiende», «Su madre es la culpable por su amor incondicional» o «Yo quiero un hombre profesional, un doctor…».

Trabajamos contra el tiempo cronológico a la par del psicológico. Ese hombre nunca más acudirá a otra sesión, así que lo conectamos con el salvavidas del amor, el rapport empático, la fe en el ser humano, el pensar inteligente de un padre sacrificado por amor —como él concibe— para que entienda que esa forma de amor paternal aniquila a su hijo y es lo que los ha convertido en rivales. Hay que interpretar sus creencias absolutas, escuchar su anamnesis familiar, sus historias de vida, la decisión y responsabilidad que tienen al ser padre. Para ellos es muy doloroso abrir el corazón con tino y delicadeza.

Gracias, mi amado padre. Estés donde estés, me haces gracia, y sigo con tus bailes y nuestro «pasito tuntún».

Rosa Anca


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