Revista América Latina

Psicosoma | Crónica navideña

Publicado el 12 diciembre 2024 por Jmartoranoster

… él, sin otra arma que el silencio

es más fuerte que el hierro homicida.

El poema de la tarde 

Félix Armando Núñez B.

Caminar por las aceras en este mes festivo es casi imposible. Si vamos por el boulevard central, los ambulantes las plenan de mercancías insólitas. Cada diciembre son más buhoneros con el bullicio de gente desesperada en búsquedas de regalos económicos. Esto observo apenas me asomo al centro para asistir a mi cita del oftalmólogo.

No son los ruidos de carros y música que me saturaban en Caracas o Maturín, son las voces disonantes en retos de competencia, gritos de «lleve sus pedacitos de terminales», ruidos de los martillos y excavadoras arreglando aceras, expendedoras de las tiendas comerciales gritando ofertas, grupos de marimbas a cada paso, los policías que persiguen a los ambulantes que escapan en carreras con maletas, bolsas negras (la mayoría son de Nicaragua); algunos migrantes de Venezuela, Ecuador y Colombia pidiendo dinero para seguir con el «sueño americano».

Apenas cumplí la cita, voy a paso rápido al notar el cielo encapotado y llego a la parada del autobús. En medio de una fila larga y en ese trajín, escucho tocar un instrumento y al voltear distingo una imagen de ensueño: una adulta joven en silla de ruedas tañe, mientras una niña blanquísima le cepilla los cabellos oscuros y se los ondula despacio.

Me acerco con unas monedas y no salgo de mi asombro de escuchar la cadencia con la que toca ese instrumento en forma de ovni. De manos huesudas y rostro virginal me mira al agradecer, momento  en el que hicimos contacto… mantiene el tambor en sus piernas y me deleita al tocar de nuevo. He visto en la tele el hanghang el instrumento y nunca en físico, y ella me invita a sacar melodías: «Es fácil», me dice. Algo del lamento etéreo y espiritual estremece los tiempos, es un sonido místico que me induce a la meditación.

Estoy atraída por «mis hermanas», ángeles encantadoras, risueñas me adentran a sus espacios, me alejan del bullicio; me habla en tono bajo con un castellano fluido: «Soy de la región del Cáucaso del Sudeste de Europa y Asia Occidental, de Georgia. Mi país ya no existe y por las lluvias no pude viajar; me duelen los huesos, las rodillas, camino poco y tocó un rato, junto dinero y de aquí nos vamos a México con mi hija Emy… ¿Cómo te llamas?… Si quieres toca el tambor desde los bordes».

Comenzamos a tocar y a conversar como grandes amigas que se reencuentran, Tatiana se deleitaba con mis manos, dedos y uñas, preguntaba por los zarcillos, collares. Le comenté de mis viajes por las montañas de Quitirrisi a la comunidad indígena huetar. Mientras las ondas oscuras de sus cabellos contrastan con su rostro nuevo sin maquillaje, sonrisa de Monalisa, y la niña Emy, en un continuo peinar sin interrupciones, de vez en cuando me miraba curiosa y en voz bajita le decía que tenía más pulseras en los antebrazos.

Disfruté las ondas sanadoras y la calma de ellas. El handpan o hanghang tiene raíces en el stellpan o tambor de acero que se originó en Trinidad y Tobago del reuso de los cilindros de petróleo. Puede tener de ocho a nueve notas hasta veinte tonalidades. El setenta por ciento de handpan está afinado en Re menor con frecuencia de 440 HZ.

Es un instrumento de percusión, data del año 1999 por sus creadores Félix Rohner y Sabina Scharer de Panarte de la ciudad de Berna, Suiza. Se utiliza en procesos de introspección con sus sonidos melódicos y armoniosos que facilitan la relajación por la frecuencia simple que usa. Sus sonidos suaves envía señales al cerebro, que se relaja y evita el estrés, tensión y depresión, así como el insomnio.

Al recordarlas me invita a tomar las asanas, el mundo vegano al cual pertenecí por un tiempo y cambié al macrobiótico; a las oraciones, mantras personales y a la terapia del espejo diario que tiene algo de «man in the mirror» .

Nada es casual en estos tiempos de cambios y transformaciones, vamos por momentos con encuentros. Al despertar notamos a las personas que nos veían con burlas y ella apenas pronuncio: «Namasté» y me monté al autobús viendo por la ventana sus imágenes en medio del bullicio.

Rosa Anca 


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