Muchas veces se cree que las rutinas son aburridas porque repiten siempre acciones o conductas y que, así, la vida es solo la búsqueda de placer. El proceso para conseguir metas implica disciplina y una habituación reflexiva.
El inicio de este nuevo año 2024 sería una ocasión propicia para empezar una agenda o diario de notas con una sola pregunta: ¿cuál es mi propósito? Tener un mapa nos clarifica y pone los pies en la tierra, a través de un plan de vida mensual, trimestral, semestral o anual.
Los sueños se construyen paso a paso, en un tiempo único, con palabras y acciones en pequeño, con grandes ideas «locas» que se disparan en un primer intento individual para luego quedar enamorados y apasionados por esa chispa, y atravesar olas mediante brazadas en una resistencia continua. Esto implica conexión con el mundo global, social y personal.
Descubrir nuestros propósitos verdaderos ayuda a visualizar el camino. Nada es imposible si sé cuál es mi visión, qué necesito hacer, cómo y para qué. Las rutinas nos acondicionan como las gotas que con paciencia horadan las rocas.
En la primera infancia, la creación y el reforzamiento de hábitos preparan al ser para funcionar. Durante la pandemia, esta práctica se vio alterada en la vida de niños, adolescentes y adultos. La escolaridad se afectó, también las relaciones interpersonales, las del hogar… todas las rutinas se vieron alteradas. Actualmente, vivimos sus secuelas, por ejemplo, en el aumento de la violencia escolar.
Las rutinas nos dan seguridad al aprender y saber responder ante los eventos no esperados y difíciles que nos ayudan a salir de la zona de confort.
Los avances creativos y científicos han brotado de tensiones personales en un tiempo dislocado, que abonaron al poner en una situación límite al individuo. Nada se logra a través de las quejas o sintiéndose víctima. «Las mil y una dificultades» han parido hazañas, gestas, amores y poesía del alma.
¿Cómo agradecer a ese otro que nos desprecia, violenta, agita con el maltrato, y despertar con más amor y compasión? En las terapias, las madres de antisociales y adictos a las drogas nos dan lecciones de amor. Es tanta su angustia y sufrimiento que desean ver el cadáver del hijo. Una mencionó en una sesión: «De una vez lo entierro. Su maldad contamina a sus hermanos, y no es porque roba, es que lleva drogas y los amenaza».
En el rastreo psíquico de la arqueología anímica, como nos decía Foucault, encontramos las faltas de rutinas y de rituales en familias que viven con una carencia de certeza que medra la psiquis. El ser necesita algunas certidumbres: sentirse amado, aceptado, tener seguridad, confianza y poder establecer comunicaciones.
Realmente, siento que no aprovechamos el laboratorio experimental al estar encuevados durante la pandemia. Ese principio pudo ser un pilar de resiliencia para otras epidemias que vendrán por el cambio ambiental. Esa creencia del retorno a la normalidad fue solo un saludo a la bandera. No se ha profundizado su estudio por temor a escarbar nuestra fragilidad frente al entorno, el espacio y el tiempo que se nos agota.
No hemos comprendido ni asimilado nuestra transitoriedad. Tampoco recordamos que somos apenas un instante. El supuesto amor está preñado de intenciones que llevan al infierno, de «salvadores» a capa y espada que nos descoyuntan y nos usan en las estadísticas electoreras. La polis en resistencia recrea nuevas formas y refunda todo.
Con el fondo de realidad común y conciencia efímera se construyen metas, pero no confundamos los deseos con las metas. Solo podemos controlar nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.
Cuando nos pasan situaciones inesperadas, siempre nos preguntamos: ¿por qué a mí? Sin embargo, más bien deberíamos cuestionarnos: ¿para qué me pasan las cosas? ¿Qué me quiere decir mi cuerpo cuando se enferma? Suena ilógico decir que «agradezco esta situación, por más terrible que parezca», pero resulta valioso hacerlo.
La película La sociedad de la nieve nos da de lleno en el mero significado de vivir y morir un poco cada día. Entre la camaradería, los protagonistas se despiden y sus cuerpos son donados para ser alimento de sus hermanos. Tienen que resistir el frío y el hambre en medio de la sierra andina. Esto demuestra que no hay vuelta atrás en la supervivencia: la vida se ama o se ama.
Rosa Anca