El poder extingue el valor de la vida humana.
El sexismo junto con la aporofobia, la xenofobia y el racismo se erigen como medios serviles al sistema capitalista patriarcal. Estos prejuicios y actitudes discriminatorias conforman una llave con el perverso machismo, que afecta tanto a las mujeres como a los mismos hombres.
¿Qué se premia al ser machista? El acceso al poder les otorga a quienes lo ejercen la capacidad de tomar decisiones. Desde su «microfísica de poder», aquellos investidos de cargos ejecutan sus funciones con frecuente inconsciencia, revestidos de misoginia y patanería. Así, forman una asociación de la más pura maldad.
Los pensamientos, intenciones y conductas, tanto conscientes como inconscientes, han sido condicionados por el proceso sociohistórico y cultural. Las guerras, según investigaciones antropológicas y etnográficas, son medios de opresión. En la era del capitalismo global, con su revolución industrial, tecnológica y verde, las asimetrías se han potenciado, fomentando el individualismo y los valores hedonistas que depredan todas las formas de vida. El «descubrimiento» de pueblos originarios a través de invasiones, violencia, violación y saqueo se banaliza e incluso se justifica.
El uso del poder somete conciencias y permite el menosprecio. Desde un simple vigilante hasta un ministro, artista o líder religioso, todos contribuyen a aterrorizar el mundo terrenal al criticar y señalar los errores de las mujeres. Dios nos libre, por otra parte, de las jefas machistas, pendientes del más mínimo detalle. También, de los patanes que, al volverse jefes, logran la combinación ideal para detectar víctimas ajenas a su círculo, con ese ojo heurístico. No hay diálogo posible con ellos y, en este contexto, los lugares de trabajo se convierten en «laboratorios» de guerras asimétricas.
Todas y todos conocemos a los predadores de la tierra, son apellidos únicos, «monárquicos», caudillos y ángeles, son políticos y empresarios, chulos y narcos, son «los condenados de la tierra», «los miserables», las sierpes, los alacranes, las ratas de dos patas, el zoológico de las redes sociales (el nuevo inconsciente colectivo). Los juegos políticos entre líderes como Trump, Biden, Putin, Kim Jong-un y Xi Jinping reflejan el poder geoestratégico, tanto en la radicalización del extremismo de Hamás, el odio contra los palestinos y palestinas, así como la ultraderechista Europa occidental, respaldada por la OTAN, que va con todo contra la «débil» Rusia.
La repugnancia hacia los migrantes pobres, despojados de derechos humanos, se repotencia. Pachamama se pone color de hormiga. El mundo se torna apático ante la violencia hacia personas vulnerables y el turismo sexual de niñas y niños. Los femicidas crueles siguen impunes, perpetuando cacerías y torturas, mientras niegan la violencia de género con desparpajo, diciendo que son “cosas de mujeres”.
En las calles, seguimos indiferentes ante los jóvenes drogadictos que pernoctan en «casas de cartón», descalzos y con narices rojas, con chiliguaros por almohadas. Así amanecen en calles paralelas al bulevar central de Costa Rica. No me canso de contarlos, y me sorprende cuando observo a dos mujeres: una mayor en pleno monólogo y una jovencita, acurrucada junto a un muchacho, víctimas de la droga.
El patriarcado se nutre de la pobreza, los vejámenes y las violaciones en entornos familiares, laborales y escolares. Las miradas cómplices sostienen estos espacios, donde muchas mujeres machistas buscan la aprobación del «Rey Sol», de los amigos y hombres idealizados. Cómo les cuesta darse cuenta de sus creencias distorsionadas. Debemos reflexionar y acceder al conocimiento para darnos cuenta del poder de la sororidad para formar parte de un todo. Sin embargo, prevalecen los egos, el sesgo inconsciente, las humillaciones y las envidias.
La profesora Mahzarin R. Banaji, de la Universidad de Harvard, ha estudiado científicamente el sesgo inconsciente a través del test de asociación implícita (TAI). Esa batería de preguntas contiene términos tanto masculinos como femeninos. Las palabras relacionadas con el trabajo y la familia aparecen en la pantalla, y la prueba evalúa cuán rápido asociamos cada categoría y cuántos errores cometemos. Este ejercicio es crucial porque nos invita a reflexionar y dialogar con nosotros mismos acerca de nuestras creencias, estereotipos y prejuicios, así como a comprender cómo nuestro cerebro reptil e inconsciente nos influye.
Se ha demostrado que existe una «huella digital cultural» en nuestro cerebro. Sorprendentemente, el 80% de las mujeres y el 75% de los hombres muestran sesgos inconscientes. Estos patrones de pensamiento condicionados por nuestra cultura afectan nuestras decisiones de manera significativa.
La investigación nos acerca a examinar nuestras decisiones, que casi siempre están prejuiciadas. Solo mediante la atención consciente podemos reconocer y desentrañar las «telarañas cognitivas» que se complican en situaciones como el empleo de mujeres durante el reclutamiento de personal. ”Asegúrate de no perdonar más las deficiencias de un hombre que las de una mujer, y compararlas rigurosamente con la especificación del trabajo, sin confiar en tu instinto o corazonada”, nos indica la investigadora.
En este contexto, recordemos la anécdota de «la romana vieja» relacionada con el emperador Julio César y su esposa Pompeya. A lo largo de 21 siglos, prevalece el principio de que «la mujer del César no solo debe serlo, sino parecerlo». Este tema ha sido objeto de estudios y debates en el camino hacia el tercer milenio. En última instancia, como dice el refrán, «nadie me quita lo bailao».
Rosa Anca