Revista Cultura y Ocio

Psiquiátrico

Publicado el 08 febrero 2011 por Alvaropons

PsiquiátricoMira que uno suele pensar que está curtido en esto de las lecturas que atañen a la salvajada humana. El suave pulido diario del telediario hace callo en la conciencia y, al final, uno ve tranquilamente cómo lapidan sin piedad a una mujer en la tele mientras ataca con pantagruélico énfasis el filete algo sanguinolento. Sin embargo, pese al endurecido callo, reconozco que la lectura de Psiquiátrico, de Lisa Mandel (Astiberri), ha sido uno de los ejercicios más angustiosos que he tenido que soportar en muchos años. La enumeración de las prácticas habituales de los frenopáticos franceses en los años 60 y 70 es una especie de catalogación fría y aséptica de la barbarie humana, de cómo es capaz de deshumanizar hasta el olvido a aquellos que no tienen la suerte de gozar de una sonrisa Profidén mientras disfrutan de la vida en su comedor IKEA. Lo peor no es la descripción de las terribles salvajadas que tenían que sufrir los enfermos mentales de la época, casi sometidos a un régimen de un campo de concentración. Lo peor es que mientras uno lee cómo dejaban a los enfermos bañados en su mierda durante el día, sabe con certeza que ése era el comportamiento social admitido, que era lo que la gente pensaba que era “lo que se tenía que hacer”. Cuando pienso en las atrocidades de los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, pienso en crueles dementes que se arrogaban el derecho a decidir sobre la vida. Y las fotos, las terribles imágenes de entonces, son simples pruebas de aquella matanza. Sin embargo, al ver las imágenes que casi con candidez retrata Lisa Mandel, me doy cuenta de que es la gente normal y corriente, aquellos que tenían que hacer un trabajo más, el de ocultar al mundo esa “terrible lacra” de una gente enferma que afea las bonitas postales de una sociedad que se cree feliz, humana y piadosa. Y la reacción es de asco y repugnancia hasta la náusea, de una bola en el estómago que duele no ante lo que vemos, sino ante una sociedad que era (y es) capaz de condenar muchas cosas mientras consiente lo inhumano.
Ojo, que duele. (3)


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