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Al gallego impasible le dolió el insulto del madrileño advenedizo, cuando en un cara a cara tildó al entonces presidente del gobierno, de indecente. Ahora se ofende en su dignidad cuando el jefe de la oposición le acusa de estar con el golpismo catalán y, mientras sobreactúa en el Congreso, fuerza a la abogacía del Estado a reducir las pretensiones penales para los acusados en prisión. Además, en otro ejercicio de hipocresía, cambia el criterio sobre la rebelión respecto a lo que él mismo afirmaba ante las cámaras de telelvisión hace apenas un año. Indecente es incumplir consciente y sistemáticamente las obligaciones inherentes al cargo de presidente, como es mantener la indisolubilidad de la nación española, o de instrumentar los medios previstos para la modificación de la Carta Magna, en caso de que se cuente con el número suficiente de votos para hacerlo. Esa es la verdadera y auténtica democracia, no aquella en la que cada cual decide qué leyes ha de cumplir y en qué modo ha de hacerlo. El alquiler de la Moncloa es caro, y como buen socialista, el Sr. Sánchez procura que se lo paguen los demás. El precio que le han puesto es indecente, tanto como aceptarlo.