Publicado en Público.es el 17 de noviembre de 2014
Un efecto positivo que al menos ha tenido la crisis es que la discusión sobre las cuestiones económicas se ha socializado bastante.
Quienes impartimos habitualmente conferencias y charlas a gente muy dispar creo que comprobamos sin lugar a dudas que su interés por los problemas económicos es mucho mayor que antes de 2007. Mi experiencia personal es esa y también que incluso ha aumentado extraordinariamente el conocimiento que personas de cualquier origen y formación tienen sobre este tipo de temas. El número de quienes asisten a actos en donde se explican es mucho mayor y se percibe claramente que se sabe mucho más de economía que hace unos años.
A eso han contribuido de un modo decisivo los medios de comunicación que han concedido un lugar antes impensable al debate económico. Es de agradecer y es muy positivo que así haya sido pero creo que todavía tenemos bastantes déficits en este aspecto que impiden que la ciudadanía se haga una idea acertada de lo que ha pasado y está pasando y, por tanto, que pueda defender eficazmente, especialmente a la hora de votar, sus intereses.
A pesar del avance registrado, el espacio que se dedica a las cuestiones económicas sigue siendo escaso si se tiene en cuenta la trascendencia que tienen para la vida de todos tipo de personas. Casi siempre se abordan en tiempos marginales y a deshoras, de modo que es muy difícil que puedan seguirse por la mayoría de las personas normales y corrientes.
En segundo lugar, y aunque es verdad que los enfoques críticos que antes no habían tenido presencia alguna en los medios se han abierto un poco de paso, lo cierto es que el debate económico en los medios se lleva a cabo en condiciones de gran asimetría. Predomina siempre la versión neoliberal u ortodoxa de los problemas económicos y esto sí que es muy grave porque se impide que la gente tenga a su alcance la variedad de soluciones y alternativas que existen.
Es verdad que este desequilibrio no es propio solamente de los medios sino que éstos reflejan lo que igualmente predomina en la academia y en la política pero eso no puede ser excusa. Lo cierto es que así se ha forjado el pensamiento único que confunde a la sociedad haciéndole creer que la única alternativa para los problemas de nuestro tiempo es la ortodoxa: bajar los salarios para crear empleo , dejar la política económica en manos de los técnicos, reducir los impuestos a las clases altas, privatizar para que las empresas sean más eficientes, reducir gasto público para que haya más empleo o para que baje la deuda, etc., es decir, formulaciones todas ellas que se han revelado falsas mil veces, pero que mil veces más se repiten como si fueran la verdad absoluta.
Para colmo, los debates económicos que tienen más trascendencia son los que se desarrollan en la televisión, el mass media por antonomasia, y eso contribuye a su vez a que el discurso económico dominante, ya de por sí empobrecido por la falta de diversidad con que se presenta, resulte todavía más simplista.
En el tipo de programación televisiva que predomina, lo que impera es la rapidez y el discurso entrecortado y dicotómico, lo que hace muy difícil que puedan manifestarse todos matices que son propios del pensamiento mínimamente complejo que es necesario desarrollar para poder explicar los fenómenos económicos que son de por si igualmente complejos y complicados.
Todo eso produce más bien una malformación de la ciudadanía que es verdad que tiene cada vez más información económica, pero aún insuficiente, de baja calidad y casi siempre de muy poca variedad pues, como he dicho, se busca una combinación de opiniones que no ponga en peligro el discurso dominante.
El gran problema que tiene la economía española es la gran desigualdad que viene debilita desde hace años nuestras capacidades de generación de riqueza y empleo. Y esa gran desigualdad es el resultado de la concentración extraordinaria del poder en unos pocos grupos sociales que es posible gracias a su influencia sobre los medios de comunicación y a la generalización del discurso económico sesgado que éstos contribuyen a generar de forma tan unilateral, antidemocrática y poco fundada.
La democracia auténtica, participada y deliberativa, requiere que se promueva en mucha mayor medida el debate sobre las cuestiones económicas y que se haga de forma plural para que la población tenga de verdad las verdaderas claves de las que dependen las decisiones que pueden tomarse frente a los problemas que padecemos.
El secuestro democrático en el que nos encontramos (en palabras del informe que Oxfam Intermon acaba de realizar sobre la desigualdad en España) es la otra cara del secuestro informativo y éste, a su vez, se basa en gran medida en la deformación del debate económico para hacer creer que lo que conviene a los de arriba es lo que le conviene a todos los demás.