Pudimos amarnos
entre amasijos de realidades paralelas.
Junto a los ataúdes verdes de Les Bouquinistes
la noche que París pareció acabarse para siempre.
Pudimos amarnos
cerca de Benidorm, Tarrasa y la noche eterna, en Cuenca
mirando a la Giralda.
Pudimos amarnos
en San Blás y Chueca, en esa buhardilla en Lavapiés
sin abandonar jamás la frontera de tu pezón izquierdo.
Pudimos amarnos
sobre las ruinas de civilizaciones extintas
que nosotros erigimos por simple azar y suntuoso juego.
Pudimos amarnos
aferrándonos a las alambradas de Mauthausen
como un salto de fe enfermizo.
Pudimos amarnos
celebrando tu erizada alegría púbica en hoteles de buena vida.
Pudimos amarnos
con la lujuria viscosa del cura confesando al monaguillo.
Con la hermosa inocencia esperanzada de la piedra
en la mano del niño palestino.
Pudimos amarnos
bajo sábanas de nieve plegadas como tiempo
presente que ocurrirá en un pasado.
Con la sensatez demoledora de quien abraza el vacío
acogedor de una ventana en las Torres Gemelas.
Pudimos amarnos
pero preferimos destruirnos cada segundo un poco más.
Menuda mierda.